Paraíso artificial

Paraíso artificial
Paraíso artificial
DALL-E / POL

Si hacemos caso a nuestra tradición, desde que Dios echó fuera del Paraíso a Adán y Eva nos toca ganar el pan con el sudor de la frente. Sea o no cierto el relato bíblico, vivir tiene una buena dosis de esfuerzo. Mal repartido, por otra parte. 

Pues siempre hay algunos que viven sin dar un palo al agua, mientras otros apenas sobreviven malviviendo, pese a sudar de sol a sol. Sin entrar en los detalles de ese desigual reparto, quien más quien menos tiene una cierta querencia por habitar en el Edén perdido. ¿Y para qué? Hágase la pregunta usted que está leyendo estas líneas. Si se lo ofreciesen, ¿se iría a vivir al Paraíso?

Imagino que antes de responder devolvería al menos un par preguntas: ¿cómo se vive ahí?, ¿y con quiénes se comparten los días? Aclaradas esas dudas, suponiendo que encajen en su escala de valores, es posible que le atraiga la idea de dejar de trabajar. Algo probable, en nuestra cultura del sur de Europa –como suelen decir luteranos y calvinistas– el trabajo está mal visto. El esfuerzo y el sudor de la frente son cosa del pueblo llano. Aunque ahora no se sabe si esa dosis de hidalguía aristocrática tiene sentido. Más bien es todo lo contrario. Aquí se trabaja más y más horas que nórdicos, alemanes y otros del norte. Otra cuestión es la eficiencia y el rendimiento que se obtiene. Pero no vamos a entrar en esa materia, porque la querencia por alcanzar el Paraíso perdido también se extiende entre nuestros vecinos. Incluidos los de nuestro sur y allende fronteras.

El economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) argumentó que la sociedad podría alcanzar un punto en el que el trabajo humano sería innecesario para satisfacer las necesidades básicas

Si sólo se trata de vivir sin trabajar, no hace falta cambiar de mundo –otra cosa es cambiar las dinámicas de este mundo–. Muchas y muchos de los jubilados o prejubilados de nuestro entorno ya han alcanzado ese estadio de perfección. Viven sin trabajar o, mejor dicho, cobran su salario sin tener que ir a fichar. Así que da la impresión de que ese no es el asunto importante. Es más, en su día, el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) argumentó que, en un futuro con suficiente progreso tecnológico y producción, la sociedad podría alcanzar un punto en el que el trabajo humano sería innecesario para satisfacer las necesidades básicas. Con la automatización adecuada se podrían proporcionar suficientes bienes y servicios para todos, permitiendo así un tiempo de ocio significativo para la población. Lo explicó en su ensayo de 1930 ‘Economic Possibilities for our Grandchildren’ (‘Posibilidades económicas para nuestros nietos’). Ahí calculó que en unos cien años eso sería posible. Así que nos quedan seis años para comprobar si acertó o no. Tal como están las guerras contemporáneas no parece que vayamos por el buen camino. Son muchas las sombras que lastran ese futuro de prosperidad que imaginó Keynes.

La inteligencia artificial apunta algunas posibilidades de ese Paraíso

Sin embargo, también hay unas cuantas luces y nuevas promesas. Una que se extiende de forma contradictoria viene de la mano de la llamada inteligencia artificial. La inteligencia artificial se vende como un medio para alcanzar un ‘paraíso tecnológico’, donde las tareas tediosas y repetitivas son automatizadas, liberando a la humanidad de la carga del trabajo monótono. Esta ensoñación promete una sociedad donde los recursos son asignados de manera eficiente, las necesidades básicas están cubiertas y se fomenta la creatividad y el desarrollo humano. Obviamente, la consecución de este ‘paraíso’ depende de cómo se utilice y se distribuyan los beneficios del gran negocio de las tecnologías, así como de su impacto en la autonomía y la identidad individual. No será fácil alcanzar la belleza de la Yanna, pero no es imposible experimentar una situación ideal o perfecta como la de Jauja. De ilusión también se vive.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Chaime Marcuello en HERALDO)

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