Añoranza de la Torre Nueva

La Torre Nueva. En el centro, allá por 1877, en una fotografía de Joaquín Ruiz Vernacci.
La Torre Nueva. En el centro, allá por 1877, en una fotografía de Joaquín Ruiz Vernacci.
Heraldo

A comienzos del siglo XVI, el Cabildo y el Consejo de Zaragoza vieron la necesidad de que la ciudad dispusiera de un reloj público que marcase la vida de los zaragozanos, para lo que éste, como ya ocurría en otras grandes ciudades, debía ser colocado en una gran torre, cuanto más alta mejor, de modo que las campanas se escuchasen en toda la ciudad. Había que construir por tanto una nueva torre, nuestra Torre Nueva.

La construcción de ésta fue aprobada por el rey Fernando el Católico en septiembre de 1504 y se decidió levantarla en lo que hoy es la plaza de San Felipe. Tardaron un tiempo en construirla, pues las obras no se terminarían hasta 1512. Su altura era de 55,60 metros y, con el chapitel de 25 metros que se le colocó en 1749, alcanzó los 80,60 metros. Su conocida inclinación se trató de corregir en numerosas ocasiones. Ya en 1680 se revistió la parte inferior, lo que dio origen a ese gran zócalo octogonal que se ve en los grabados, y en 1758 fue el ingeniero Luna quien redactó un nuevo proyecto para tratar de enderezarla. Sufrió no poco en los Sitios, y entre 1857 y 1860 se le hizo un nuevo revestimiento exterior. Nada de ello consiguió que la torre corrigiera su inclinación, y en 1891 la Comisión de Monumentos declaró su ruina. 

Después del derribo de la Torre Nueva, en 1892, hubo en Zaragoza algunos intentos de reconstruirla, pero no dieron fruto

Los arquitectos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando Antonio Ruiz de Salces y Simeón Ávalos vinieron a Zaragoza en diciembre de aquel año, analizaron el estado de la torre y emitieron un informe el 18 de enero de 1892 recomendando su derribo. Este fue aprobado por el Ayuntamiento de Zaragoza presidido por Esteban-Alejandro Sala (padre de Leonor Sala, quien con el tiempo financiaría la construcción de las dos últimas torres del Pilar) en mayo de 1892, con los votos en contra –y bueno será que recordemos sus nombres para honrarlos– de Domingo Casaus, José Aznárez, Desiderio de la Escosura, Anselmo Gascón de Gotor, Pablo Gil y Alfredo Teruel.

Para tratar de evitar la demolición de la Torre Nueva, lo que finalmente se produciría en ese fatídico 1892, se creó una asociación presidida por el exalcalde Simeón Sainz de Varanda y de la que formaron parte, entre otros, Francisco Zapater y Gómez, Anselmo Gascón de Gotor (que junto con su hermano Pedro publicó ese mismo año el libro ‘Cuestión de actualidad. La Torre Nueva de Zaragoza’ para defenderse de algunos ataques recibidos por haber sido unos de los grandes defensores de la Torre), el pintor Mariano Oliver Aznar, el escritor Antonio Aparicio Torcal y el foralista Roberto Casajús y Gómez del Moral. Honor y gloria también para ellos.

No obstante, muchos zaragozanos siguen recordando y añorando aquella torre que se levantó para dotar a la ciudad de un reloj público bien visible

Hubo algunos interesantes proyectos de reconstrucción de los que ya escribió en 1913 el arquitecto Vicente Lampérez, en especial uno de Ricardo Magdalena que huía de la imitación y al que Cavia llamó en uno de sus artículos ‘Pilar cívico’ y ‘Faro monumental’, y otro de Félix Navarro, denominado por él ‘La Torre de los Sitios’, que reproducía más fielmente la antigua torre. Ambos fracasaron. Pero en el imaginario colectivo de los zaragozanos la Torre Nueva permanece viva. Porque olvidarla sería tanto como amputar una parte sustancial de la historia de nuestra ciudad.

José Luis Melero es miembro de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Luis Melero en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión