Por
  • Felipe Zazurca González

Soledades e indiferencias

"La tierra de nadie y otros relatos" fue editado en la colección Biblioteca Básica Salvat, que promocionaba TVE.
"La tierra de nadie y otros relatos" fue editado en la colección Biblioteca Básica Salvat, que promocionaba TVE.
HERALDO

En noviembre próximo se cumplirán 35 años del fallecimiento de Ignacio Aldecoa, uno de los grandes escritores españoles adscritos a la corriente neorrealista española de posguerra. Aldecoa forma parte del grupo con letras de oro, junto a Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Luis Martín Santos... Su prematura muerte no impidió que pasaran a la posteridad novelas magníficas: ‘El fulgor y la sangre’, ‘Con el viento solano’, ‘Gran sol’...

Sus mejores trabajos son esos cuentos breves que tan bien recopiló en su día Alianza Editorial. En los mismos se refleja, con crudeza y notable perfección literaria, la vida de los más desfavorecidos. Se trata de relatos tristes, aunque no exentos de cierta ternura.

Uno de los más célebres fue ‘La tierra de nadie’, una breve narración ambientada en uno de esos desangelados campamentos de instrucción de reclutas que bien podría haber estado ubicado en las tierras desérticas de Castilla la Vieja, los Monegros o Extremadura. Aldecoa describe crudamente el ambiente militar del lugar y la época, donde convivían los jefes, rigurosos y distantes, y los soldados, generalmente gente ruda y sencilla, procedentes de esos pueblos de los años cincuenta y sesenta asolados por la pobreza y el analfabetismo. Fue el relato de cabecera de uno de aquellos libros que en su día editó RTVE con tapas de colores blanco y naranja.

El autor nos sitúa en uno de esos días festivos en que la milicia al mando ponía todos los medios a su alcance para celebrar y disfrutar el momento, a la vez que permitía a sus subordinados ciertas licencias, por supuesto limitadas y dentro de un orden. En un momento dado el coronel busca un soldado para que vaya a la cantina a por un par de botellas de vino. Aparece un voluntarioso ‘sorche’ a quien entrega 15 pesetas, cumpliendo el mozo raudo y veloz su misión. A su regreso, devuelve la peseta sobrante y se ofrece a rescatar los cascos, por los que le #reembolsarían dos reales.

Con frialdad y distancia, el coronel le dice que acuda en cuanto pueda a su despacho. La inesperada orden crea en el recluta unas expectativas que van creciendo conforme lo comenta con sus compañeros. Un ascenso, un permiso, un destino más importante, un cambio de plaza... son posibilidades que riegan la ilusión del muchacho.

A la hora de la verdad, la entrevista es fría y breve, el oficial le pregunta si sabe escribir a máquina, el mozo reconoce que había aprendido a escribir allí mismo y que en su pueblo trabajaba de pastor o bracero, según surgiera la oportunidad. El coronel se limita a indicarle que se puede ir. «¿Ordena alguna cosa más?» es la protocolaria respuesta que supone a la vez la última llama de esperanza. El cuento termina con el recluta apoyado en un árbol, las manos en la cara y conteniendo el llanto.

Un relato triste, que mueve al desaliento, rezuma desazón. El escritor vitoriano refleja con maestría la frustración de aquéllos que parece que hayan venido al mundo a recibir bofetadas. Objetivamente, la desdicha del recluta es leve e intrascendente, pero hay veces que el dolor y el vacío vienen más del desprecio y la soledad que de la intensidad del golpe. Aldecoa incide en los daños de la indiferencia, la actitud distante, el error de no ponerse en el lugar del otro... Vivimos en una sociedad en la que nos cruzamos continuamente con la gente y no nos paramos a pensar que cada cual es un ser como nosotros, con sus afanes y frustraciones, sus ilusiones y fracasos, sus penas y alegrías… Es buena meta luchar por devolver el brillo y el calor a los corazones.

El cuento se convierte en una genuina parábola sobre el poderoso y el débil, en un encuentro en el que, aun sin haber maldad, quien ostenta el mando se muestra incapaz de ver más allá de sus estrictos y rutinarios criterios y protocolos. Y es también una metáfora de la vida: ¡cuántas veces hemos visto insatisfechas las expectativas que nos crean algunos sucesos y nuestra imaginación! Y, tal vez, ¡cuántas no nos hemos dado cuenta de que alguien a nuestro lado esperaba algo más de nosotros!

Felipe Zazurca González es fiscal jefe de la #Audiencia de Zaragoza

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