Por
  • Luisa Miñana

Inteligencia artificial e inteligencia ética

Inteligencia artificial e inteligencia ética
Inteligencia artificial e inteligencia ética
Pixabay

El 13 de marzo el Parlamento Europeo aprobó la Ley de Inteligencia Artificial, la primera en todo el mundo. La necesaria regulación legal de las actividades y negocios humanos realizados mediante la inteligencia artificial (IA) empieza a llegar, pero es posible que lo haga tarde (ojalá no) para bastantes cuestiones y situaciones, precisamente las que están recogidas en el texto europeo como "de riesgo" (puntuación social, reconocimiento facial, inducción de emociones, etc.), y a las que la ley intentará poner límites, obligando a cumplir la nueva normativa a empresas y corporaciones que trabajen en el viejo continente. 

Sin embargo, el Instituto Open Markets ve insuficiente la Ley europea y pide a la UE abordar la ya alta concentración en el sector dedicado a la IA.

Los primeros intentos de regular legalmente el uso de la inteligencia artificial llegan probablemente demasiado tarde.

La inteligencia artificial lleva desarrollándose entre nosotros desde mediados del siglo pasado. Sirvan como punto de partida la famosa ‘prueba de Turing’ (1950) o el primer programa de IA (Newell, Simon y Shaw JC, 1955). Es verdad que, como puntualiza Juan I. Rouyet (UNIR) en conversación con el ‘Huffingtonpost.es’ con ocasión de la aprobación de la Ley, durante décadas la presencia de la IA no ha sido tan evidente como ahora, porque se circunscribía a los procesos operativos de las herramientas que venimos utilizando de forma cotidiana: desde la investigación biomédica, los sistemas expertos, control de navegación, etc., pasando por la robótica que usamos en los juegos, los cuidados y también en la guerra, hasta los buscadores en línea, las plataformas de ‘streaming’, redes sociales, etc. En realidad, nuestra capacidad de pensamiento y de decisión para (como fin general de la especie) favorecer nuestra supervivencia, es decir toda nuestra vida, se ha ido enredando a la inteligencia artificial en los últimos casi cien años, y ha sido una posibilidad intuida desde hace siglos por científicos y pensadores: recordemos, por ejemplo, la máquina de flujo de agua de Ctesibio de Alejandría (siglo III a. C.), el Ars Magna de Ramón Llull (siglo XIII), el Ars Memoriae de Giordano Bruno (siglo XVI), la calculadora universal de Leibniz (siglo XVII) o la visión de Ada Lovelace sobre los procesos artísticos a partir de la máquina de Babbage (siglo XIX).

Habrá que hacer un esfuerzo para evitar que esta tecnología emergente se convierta en un instrumento de dominación

Aunque la alarma social (relativa) ante la IA se ha producido a raíz de los escándalos por sesgo y manipulación en las redes sociales, y ante la rápida implantación de aplicaciones como Chat GPT, Dalle 2 y otras, también ya desde el siglo pasado algunos pensadores y científicos advirtieron de los riesgos de un instrumento de tal potencia (Orwell, Huxley, Heidegger, Winner, etc.). Como explica Mark Coeckelbergh (‘La filosofía política de la inteligencia artificial’), "la tecnología no es solamente un medio para alcanzar un fin, sino que también moldea ese fin". La tecnología es política. Y, como ya está ocurriendo, en manos del poder (económico, político) la IA acrecienta el hambre de dominio, amenazando con oscurecer la luz que debería aportar a nuestras vidas tanta ampliación de conocimiento. Eso sí, la propia tecnología, en su relación creativa con la inteligencia humana, nos podrá ayudar, si queremos, a que evitarlo este más que nunca en manos de todos nosotros. Cómo usar ambas es nuestra elección.

Luisa Miñana es escritora

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