Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Es España un país de pícaros?

¿Es España un país de pícaros?
¿Es España un país de pícaros?
POL

Un tópico muy extendido dice que los españoles tenemos algo de pícaros, que somos herederos de Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache y el Pablos quevedesco. El cliché alcanza a los europeos del sur. Así, italianos, griegos, portugueses y españoles seríamos, en esencia, deshonestos y malgastadores. 

Este lugar común, muy divulgado en la Europa del norte, es solo un ejemplo de la panoplia de tópicos nacionales que existe y que no cabe tomar en serio. Por ello el historiador John Elliot contaba el chiste de que el cielo sería un policía inglés, un ingeniero alemán, un cocinero francés, un amante italiano y todo organizado por los suizos. A cambio, el infierno sería un cocinero inglés, un ingeniero francés, un policía alemán, un amante suizo y todo organizado por los italianos.

Los tópicos suelen tener éxito porque son formas simples de describir realidades complejas. Por eso el cliché de asimilar a los países mediterráneos con la corrupción ha alcanzado gran predicamento. De cualquier modo, el Índice de Percepción de la Corrupción, elaborado por la organización Transparencia Internacional, señala que España ocupa el puesto 36 en el ranking de 180 Estados. Queda rezagado respecto a Lituania y Portugal, los dos miembros de la UE más próximos en la lista, y está solo una posición por encima de Botsuana.

Cual roca de Sísifo, a los ciudadanos nos vuelven a abatir las nuevas corruptelas: Koldo, Ayuso, Rubiales… Está claro que las relaciones del poder y el dinero son complejas, acaso porque ‘mucho ganar no es sin pecar’

La realidad es que la corrupción sistémica no es monopolio ibérico. La hay en toda Europa, aunque en menor nivel, y tampoco se libran de ella las potencias emergentes, como China, Brasil o Rusia, la nación corrompida por antonomasia. No obstante, la persistencia del tópico daña la imagen de España en el exterior y la democracia en el interior.

Diversas obras como ‘Por qué fracasan los países’ (2014), de los profesores Acemoglu y Robinson, han demostrado que el respeto a la ley, la calidad regulatoria, la eficacia gubernamental, el control de la corrupción y, en suma, el buen gobierno constituyen la auténtica riqueza de las naciones. Sin embargo, los partidos siguen sin ser firmes en vigilar las prácticas corruptas y en perseguirlas. Y tan peligrosa es la complicidad de los grupos políticos con sobornos y abusos, como los discursos populistas que quieren hacer tabla rasa de todo lo existente, dando a entender que la política es poco más que una conspiración para delinquir.

En todo caso, el problema no es la corrupción sino la impunidad

La ética debe enseñarse en la familia y en la escuela. En la vida pública, la gente honrada se comporta honestamente y los que no lo son deben tener miedo al peso de la Justicia. De hecho, el miedo a la ley y a la implacable acción de la Justicia deberían hacer que la gente se comportarse como si fueran personas éticas, aunque no lo sean. Por eso, es tan importante que el Estado de Derecho garantice que las leyes se aplican con diligencia y sin excepciones.

La corrupción es inevitable donde existe libertad porque siempre hay alguien que la utiliza mal. Pero lo grave no es la corrupción misma sino la impunidad; que se tolere o que se mire para otro lado.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Javier Rueda en HERALDO)

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