Extintos yoes

A la derecha, el antiguo edificio de Urbanismo conocido como el Cubo, que se convertirá en la sede de la Cámara de Cuentas.
Extintos yoes
LAURA URANGA

Cada semana paso por el ala suroeste de la Romareda, pronto en demolición. Se oye el eco de los goles antiguos, incluso los que se marcaron en estadios remotos: tanto fue el clamor; se oyen los ayes y los uys del áspero hoy. 

El Zaragoza tiene dentro cuarenta mil personas irreductibles, con carné de pago, y a otras tantas sin papeles pero con alma jotera, y esa es la mayor riqueza: por eso lloró Víctor Fernández en la rueda de prensa, por la gente que ama al equipo de su santa infancia. Veo la placa de la Cámara de Cuentas, calle Jerusalén, con el logo histórico que diseñaron Guillermo Redondo y Guillermo Fatás. Aloma Rodríguez reedita su libro homenaje a Sergio Algora y hace una lectura concierto el sábado a las 19,30 h. en el CC Río Ebro (aqueteleo.es). A las siete y media de la mañana abren el Pilar. Hasta que irrumpen bramando las barredoras hay unos minutos de silencio. 

El sol sube por el capirote de La Seo y un guardia municipal se asoma entre las esculturas de Pablo Serrano: San Valero y el Ángel Custodio, que levanta la maqueta de la ciudad. Una vez entrevisté a Luis Gómez Laguna, alcalde de Zaragoza entre 1954 y 1966 –la Romareda se inauguró en 1957–, en la tienda que fundaron sus abuelos en la calle Manifestación, y me contó el pánico y la desbandada de próceres cuando la crisis de los misiles soviéticos en Cuba: los aviones de la base aérea de Zaragoza estaban todo el día en el aire. Ahora la URSS se llama de nuevo Rusia, su dictador amenaza más que habla y los misiles vuelan más: en tres minutos los tendríamos aquí. Suerte que el Pilar estará abierto hasta el último día.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Mariano Gistaín en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión