Por
  • Carmen Herrando Cugota

Lamento por la vida

Lamento por la vida
Lamento por la vida
Pixabay

La superficialidad reinante produce una gran carencia de sensibilidad; a los hechos me remito. Insensibilidad profunda en cuestiones esenciales como dar a la vida el valor más grande, reconociendo, además, el valor singular de la vida humana. 

En el Siglo de las Luces, Immanuel Kant distinguía entre cosas y personas, atribuyendo a estas últimas valor, y precio a las primeras. El filósofo venía a definir la dignidad humana como el valor de la persona, y un valor absoluto, pues toda persona es un fin en ella misma y en ningún caso habría que considerarla como medio para algo o instrumento de alguien.

En la cuestión del aborto, sería deseable replantear un hondo y detenido debate social para tratar de dar con una legislación equitativa

La decisión que ha tomado el Parlamento francés tendría, cuando menos, que hacernos pensar: el aborto se ha introducido en la Constitución de Francia como un derecho. "Interrumpir de forma natural o provocada el desarrollo del feto durante el embarazo": así define ‘abortar’ el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Pero tal ‘interrupción’ no es como la que producen el ‘interruptor’ de la luz o el mando de la televisión, pues la programación de esta o la corriente eléctrica se reanudan al pulsarlo de nuevo, mas no así una vida truncada, que ya no es vida.

Gabriel Attal, el primer ministro galo, decía a las mujeres: "Vuestro cuerpo os pertenece y nadie tiene derecho a disponer de él en vuestro lugar". ¿No pensó el señor ministro en los cuerpos en ciernes que las mujeres a las que hablaba pueden gestar en su seno? ¿Son, acaso, las propietarias? ¿Quién vela por esos inocentes? ¿Quién defiende sus vidas? El problema moral del aborto radica en si es persona ese ser que se gesta en el útero de una mujer. Aun sin entrar en tal reflexión, es evidente que, si se le permite crecer, llegará a serlo. No hay duda de que el embrión resultante de la unión de dos gametos o células sexuales (masculina y femenina) es, al menos, un proyecto de persona, con dotación genética singular desde el instante primero de su existencia, cuando se fusionan los gametos de sus progenitores.

Considerarlo un derecho, como se ha hecho en Francia, no es ninguna solución. No puede serlo si contraviene el derecho a la vida

El aborto no deja de ser un problema de alcance social, al que habría que dar el remedio legal menos malo. Sería deseable replantear un hondo y detenido debate social para tratar de dar con una legislación equitativa. Blindarlo como derecho no es ninguna solución: el aborto no es un derecho; no puede serlo si contraviene el derecho a la vida.

Tenía razón la filósofa Simone Weil (1909-1943) cuando, al final de su vida, peleó contra una ‘Declaración universal de los derechos’; la veía como error de partida. Para ella, la humanidad había de centrarse en la noción de obligación, fundamento real del derecho. Tal convicción la llevó a optar por las obligaciones hacia los seres humanos, y el libro que dejó inacabado en Londres, al morir prematuramente, lleva por título: ‘Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano’. Fue una política de nombre parecido, Simone Veil (1927-2017) quien, cuando fue ministra de Sanidad entre 1974 y 1979, legalizó el aborto en Francia, en 1975. Las cosmovisiones de estas dos mujeres fueron muy diferentes, desde luego.

Carmen Herrando Cugota es profesora de la Universidad San Jorge

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión