El muelle y los bullebulles

El muelle y los bullebulles
El muelle y los bullebulles
Heraldo

De los ministros del Gobierno a quienes puede adherirse la etiqueta, el más bullebulle es el madrileño Bolaños García. Gana por cuerpo y medio a la ministra zaragozana Alegría Continente y (por solo media cabeza, pero les gana) a sus colegas la inquieta fenesa Díaz Pérez y la veloz sevillana Montero Cuadrado. 

Los cuatro bullen y rebullen y continuamente se agitan para agitarnos. En sus bocas, el idioma pulula y hormiguea, se agita y se menea en peculiares modalidades de frenesí, ya sea con dominante -respectivamente- fluidamente conceptual, asombrosamente léxico, huero sin más o con tormento sintáctico. No es que en otros ámbitos políticos españoles falten especímenes de bullebulle, pero estos son quienes ocupan el nicho ecopolítico en donde es posible, y solo allí, gobernar, discurrir decretos y decretos leyes de forzoso cumplimiento y dictar órdenes ministeriales en incomparable pulular.

A imitación de su patrón, de cuyo magisterio son aplicados discípulos, se esfuerzan en llevar a cabo, cada día, una proeza ontológica que se deja notar: acomodar la prolija realidad de España y de su Estado de derecho a sus mudables mandatos. Para que la realidad se pliegue a mis deseos, las cosas habrán de ser como yo diga, es su probable lema. Los usos y costumbres e incluso las estadísticas.

Proeza esta de la transmutación de las cosas que es mera apariencia, porque la realidad posee características de muelle que los más necios malinterpretan. Imaginan que la realidad es más bien una masa moldeable. Pero no es así. El muelle momentáneamente puede contraerse bajo presión o fuerza suficientes; pero, a diferencia de la masa blanda, no es proteico, sino recio y consistente, de modo tal que tiende con fuerza sorda a recuperar su situación original. Puede ocurrir de golpe, si la presión ejercida incurre en demasías. Entonces, el muelle actuará con brío y potencia, lo que causará susto y daño a quien quiso deformarlo sin haber adquirido saber o aprendizaje suficientes.

Es imprudente y nocivo gobernar violentando las leyes y los procedimientos.

Potente muelle

En política, la ley, entendida en su acepción constitucional (es decir: la norma aprobada por el Parlamento y refrendada por el jefe del Estado), es un poderoso muelle, capaz de replicar con un retorno contundente a quien se exceda en forzarla y comprimirla. El imprudente aprieta un poco y comprueba que el muelle cede y se deforma y conforma. Lo fuerza un poco más y, aunque siente que la resistencia a la deformación aumenta, advierte también que su brazo es capaz de resistir el empuje de retorno. Pero si el imprudente es, además de atrevido, insensato continuará con su apremio hasta llegar al punto insoportable. No lo buscaba, pero lo ha encontrado.

No es prudente gobernar violentando las leyes y los procedimientos. Esa práctica puede resultar rentable para el gobernante, pero hay que superar a Maquiavelo, en inteligencia, instrucción y astucia, para lograr que el método sea provechoso de forma duradera. El muelle de la ley es consistente y recio porque está construido con componentes de alta resistencia y dotados de propiedades que, combinadas, lo convierten en un elemento de gran fortaleza: la opinión pública, el entramado socioeconómico, el bloque de legalidad, el trabado conjunto de jueces y fiscales, las fuerzas armadas y policiales, la periodicidad electoral, la cámara de resonancia europea...

El Gobierno que preside el menguante Doctor Sánchez ya experimenta la fuerza, difícilmente contenible, del grueso muelle oprimido que empieza a retornar en busca de su posición primera. El tiempo de sus reacciones no es el de la política. Tiene su propio metrónomo y no se rige por las veloces mediciones del cronómetro en las pruebas contrarreloj. No le importan las décimas de segundo. Su compás es más bien el de las legislaturas.

La manipulación torticera de las leyes es una grave apuesta. Delitos como la traición, la rebelión, la sedición, la malversación o la agresión sexual y conceptos como los de nación o autodeterminación no son mercancías políticas que puedan variarse según el gusto de minorías inestables consorciadas ‘ad hoc’ y de un día para otro. Requieren, como también exige una ley de amnistía, grandes consensos sociales, además de políticos, que en España no se han dado ni parece que puedan darse, dado el rumbo que han tomado las cosas, impuesto desde el timón del Estado, que está, como debe ser, en manos del jefe de Gobierno.

Recurso peligroso y dañino cuyo manejo continuado las democracias acaban castigando

Al menos doce años

Quienes hayan leído con atención y sin prejuicios el superficial estudio y sus inanes siete conclusiones -342 páginas- por el que una maleable comisión doctoral le concedió el birrete, adornado con un asombroso ‘cum laude’, llegarán con pocas dudas a la conclusión de que el Doctor Sánchez viene ejerciendo el engaño, demostrablemente, desde hace al menos doce años. Mucho tiempo para él y no tanto para el muelle que el gran bullebulle se empeña en forzar. Cada vez queda menos tiempo para su retorno.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Guillermo Fatás en HERALDO)

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