Una pepla

Una pepla
Una pepla
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Hace cuatro años la pandemia se nos había venido encima como un tsunami y estábamos tan asustados que no sabíamos cómo reaccionar. Yo acababa de pasar una gripe terrorífica. Durante el confinamiento no dejé de visitar a mi madre ni un solo día. 

Antoine me compró una bolsa isoterma para llevar las comidas que preparábamos al punto de la mañana. Llevaba también varias mascarillas de tela con filtros desechables, y guantes de nitrilo. A veces me ponía un abrigo rojo y pensaba que el lobo aparecería por la calle Mayor. A mi madre no podía besarla y mantenía la distancia de seguridad. La idea de contagiarla me quitaba el sueño. Lamentaba no poder hablarle al oído, que es lo que siempre hago para que se entere de lo que digo ya que está tremendamente sorda. Por suerte mi madre no se contagió.

Al virus raro ya lo tenemos asumido entre otros virus respiratorios. Ahora mismo llevo una semana sudando un catarro de los que se califican como ‘catarrazo’. He seguido visitando a mi madre. De nuevo me he puesto mascarilla. Estoy hecha una pepla, mamá, le digo.

Uso la palabra pepla pensando que es un aragonesismo que ella me enseñó, pero no lo es pues he mirado hasta el diccionario de Moneva y el de vocabulario monegrino y el Andolz, por supuesto. Y resulta que es en la RAE donde encuentro la palabra pepla, que significa que tiene muchos defectos en lo físico o en lo moral. Y tanto me he acercado a su oído para decirle que estoy hecha una pepla que la he contagiado. Ironías de la vida. Por suerte ella se ha recuperado antes que yo, antes incluso de conseguir una cita en el Centro de Salud, que cada día funciona peor. Desde 2020 lo veo todo muy raro.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Cristina Grande en HERALDO)

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