Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Políticos que no quieren el poder

Políticos que no quieren el poder
Políticos que no quieren el poder
Heraldo

Confucio (551 a. C. a 479 a. C.) desarrolló una filosofía política que reflejaba su horror a la constante guerra que lo rodeaba. A él se le atribuye la idea de que los mejores gobernantes son aquellos a los que hay que obligar a aceptar el puesto. 

Veinticinco siglos después de que el pensador chino deambulara de reino en reino tratando de persuadir a los gobernantes para que siguieran sus enseñanzas, cabe constatar que esto casi nunca ha ocurrido.

El poder ha estado secularmente acaparado por unos pocos para defender sus privilegios frente a la inmensa mayoría de la sociedad, condenada a sufrir diferentes grados de sometimiento, vasallaje o esclavitud. Solo a partir del siglo XVIII, el principio igualitario impone el axioma de que todos los hombres participan exactamente de la misma dignidad. En consecuencia, el aristocratismo que monopolizaba el poder (la capacidad de obtener obediencia) es orillado por una nueva política que aspira a obtener la sumisión de una comunidad solo para regular su convivencia. Los revolucionarios liberales rompen la heredada concentración del mando y alientan su fragmentación para debilitarlo.

La democracia necesita unos actores que ella misma no siempre es capaz de producir

A partir de ese momento, los súbditos se convierten en ciudadanos que deciden obedecer a los gobernantes democráticos por tres razones. Primero, porque en un Estado de derecho los individuos se obedecen a sí mismos en cuanto que las leyes son la expresión de la voluntad general. Segundo, porque la universalización de los ‘derechos fundamentales del hombre’ impide los posibles abusos de los gobiernos. Y tercero, porque el poder político ha sido previamente dividido (ejecutivo, legislativo y judicial) con el objetivo de evitar los atropellos y ponerlo al servicio del ciudadano, quien ya no está indefenso ante una fuerza inmensamente mayor.

Es un problema que tiene solución porque el democrático es un sistema que siempre se puede mejorar. Para ello debe exigir más de sus ciudadanos y, sobre todo, de sus políticos

En este nuevo contexto liberal, recupera su sentido la máxima de que el mejor gobernante es aquel al que hay que obligar a aceptar el cargo. En buena lid y con una visión acaso utópica, el auténtico político demócrata participa en el juego competitivo del poder no tanto para ganarlo sino para que con limpieza lo ganen otros, si así lo dicen las urnas. Interviene activamente en la vida pública, pero no para triunfar sino para enriquecerla, para aportar su opinión y para vigilar la pulcritud del sistema. Quizás su comportamiento honesto le haga ganar adeptos, pero él sabrá ensalzar a otros mejor preparados.

El auténtico político demócrata no es habitual. Son escasos los que son conscientes de sus limitaciones y de la importancia de la división del poder. Pocos casos se conocen de dirigentes que hayan rechazado el mando y la tentación de acumularlo. No abundan los que tienen como premisa el hecho de que él puede estar equivocado y el de enfrente, tener razón. Es este un tipo de líder que se da en contadas ocasiones. Quizás los hubo en otras épocas o en otras latitudes. Aquí y ahora, yo no conozco ninguno.

(Puede consultar todos los artículos escritos por José Javier Rueda en HERALDO)

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