Por
  • Felipe Zazurca

Instantes que mueren

Niños yendo al colegio recurso archivo
Niños yendo al colegio recurso archivo
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La sociedad evoluciona, los medios tecnológicos han convertido en juegos infantiles los avances que en nuestros primeros años nos parecían ciencia ficción… parece que ya nada nos puede causar asombro. Pero seguimos siendo humanos, de carne y hueso, por nuestras venas corre sangre roja y nuestra cabeza no puede (ni debe ni quiere) resistirse a los sentimientos, a encontrar razones para dar vida a las emociones.

Muriel Barbery, en su original y brillante ‘La elegancia del erizo’, describe la emoción de Paloma Mossé, la niña que protagoniza el libro, ante el ruido de un capullo de rosa al caer desde el jarrón sobre la encimera. La escritora francesa nos habla de "perseguir instantes que mueren". Una poética frase que nos pone alerta para no desaprovechar la belleza que, de modo sencillo y natural, se nos ofrece a diario.

Cada mañana contemplo una imagen que me causa sensaciones diversas. Me llena de ternura la escena de niños y niñas caminando por la acera, acompañados de sus padres o abuelos, camino del colegio, la guardería, la parada del bus: mochilas arrastradas, ojos somnolientos, sonrisas entre pícaras y expectantes, miradas ilusionadas.

La imagen dulce de los niños despreocupados acudiendo al colegio debería movernos al compromiso de conseguir que no se estropee poco a poco, que no cambien las risas en muecas

Inevitablemente asoma en mi interior la nostalgia, el recuerdo de esos años ya tan lejanos que, paradójicamente, permanecen vivos y recientes en el corazón, cuando caminaba de la mano de mi madre hasta el colegio de La Enseñanza de la calle Bilbao.

Quedan recientes en mi retina la panadería, entonces pequeña y sencilla, de la calle Canfranc, el semáforo de la Puerta del Carmen y las caras de mis compañeros al paso de las hojas que caen en octubre, el cierzo del invierno, la luz de la primavera y los primeros calores de mayo.

Con la nostalgia también llegan, íntimamente unidas, el cariño y la añoranza hacia quienes se quedaron en el camino. Ver a los niños más pequeños acudir a dar sus primeros pasos escolares es una imagen que endulza los sinsabores de cada día, que no suelen ser pocos en los tiempos que corren.

Junto a la postura más o menos cansina y tensa de los adultos, en ellos se combinan actitudes descomplicadas, la ingenuidad propia de la infancia y ese vivir al día, sin miedos ni expectativas de futuro, que tal vez deberíamos imitar los mayores.

¿Estamos en condiciones de asegurarles que podrán hacer realidad sus ilusiones?

Pero hay veces en las que ante esta imagen tierna y evocadora, deberíamos pararnos un momento a pensar, poner en marcha nuestra capacidad, con frecuencia anquilosada, de reflexión y pensar si estos pequeños hombres y mujeres, reflejo de auténticas promesas de inquietudes y grandezas, se merecen lo que les estamos dejando... ¿qué mundo se van a encontrar?, ¿qué perspectivas de futuro tienen ante sí?, ¿estamos en condiciones de asegurarles que podrán hacer realidad sus ilusiones y esperanzas?

La imagen entrañable de hoy y ahora puede quedar empañada al calibrar el futuro. Unos niños que viven en un tiempo que tiende a la idealización y excluye preocupaciones, se enfrentan a un mundo con perspectivas inciertas y hasta oscuras. Posiblemente sea hora de recapacitar y plantearse que la imagen dulce de ahora debería movernos al compromiso de conseguir que no se estropee, que no cambien las risas en muecas.

Felipe Zazurca es fiscal jefe de la Audiencia de Zaragoza

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