Arte de la memoria
Asus cinco años, la pequeña de la familia ha llegado a la conclusión de que nuestra cabeza es como una habitación llena de estantes con ideas en forma de libros. A menudo me sorprende descubriendo la actualidad, pero también el pasado, a través de sus ojos.
Antes de la invención de la imprenta, y aun después de su difusión, la cultura de la memoria fue una verdadera disciplina que trabajaron sabios de toda Europa, imaginando colores y formas para organizar mentalmente y preservar los saberes. Quién no almacena unos versos aprendidos en la escuela, con la poesía como vehículo, que lo mismo contaba noticias de antaño, que advertía de peligros y acompañaba juegos, ceremonias o teatro ya en tiempos de Santa Teresa. Ella misma empleó trucos mnemotécnicos para que sus discípulas recordaran mejor sus enseñanzas, imitando de fuentes diversas la posibilidad de un castillo interior o una serie de moradas donde se distribuyen alegóricamente los estadios del alma en su camino espiritual. Es difícil organizar la cantidad de información que recibimos, hoy multiplicada, cual visita a un habitáculo agradable y cristalino; al contrario, se transforma en un torrente inhóspito cuyas dimensiones cuesta gestionar. Nuestros hábitos memorísticos esquivan la organización imaginativa del espacio, aunque vivamos una nueva edad dorada del símbolo y el concepto, del emoticono y el meme. La memoria tiene algo de don y otro tanto de pericia; es una biblioteca de lo que fuimos y una habitación con vistas a lo que seremos. Salvaguardarla requiere un esfuerzo, pero cómo no esmerarse en el cuidado de la casa.
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