Por
  • Javier García Campayo

Yo vengo a ofrecer... mi corazón

Ante la incertidumbre y el sufrimiento, la solidaridad es la respuesta.
Ante la incertidumbre y el sufrimiento, la solidaridad es la respuesta.
Gerd Altmann / Pixabay

Reza una antigua leyenda china que un emperador ya maduro encargó a los sabios del reino que escribiesen una historia del mundo, para que los seres humanos pudiésemos aprender de los ancestros y no repetir sus errores. Tras quince años de arduo trabajo, los ilustrados le mostraron una enciclopedia de cien volúmenes que resumía los avatares de la humanidad. Abrumado por tanta erudición, les pidió que realizasen un resumen que él pudiese leer en esta vida. Como este encargo era aún más difícil, tardaron veinte años en reducirla a solo cinco libros. Pero el gobernante era ya demasiado anciano incluso para ese esfuerzo, por lo que les suplicó sintetizarlo todo en un solo volumen. Una grave enfermedad le sorprendió en ese período, por lo que reunió al conclave de expertos y les pidió, en su lecho de muerte, una síntesis ultrabreve de la historia del mundo. El líder de los eruditos le susurró al oído: «Majestad, he aquí el resumen: El ser humano nace, sufre y muere».

La conocida fábula señala lo que siempre ha constituido el gran tema filosófico: el sufrimiento. Por supuesto, tenemos la fortuna de vivir muchos momentos excelsos, pero sabemos que tendremos que convivir con la vejez, la enfermedad y la muerte, entre otras penurias. Freud afirmaba que las religiones surgen para explicar el sinsentido del sufrimiento. Sea o no cierto, dar un sentido al malestar facilita su afrontamiento, como se comprueba por el hecho de que, como grupo, quienes albergan creencias espirituales experimentan un mayor bienestar y salud psicológica que quienes no las tienen. De hecho, filosofías nihilistas como el existencialismo se asocian a visiones del mundo más negativas.

Pero el sufrimiento no solo tiende a posicionarnos a nivel cognitivo o ideológico, sino también en la esfera conductual. ¿Cómo reaccionamos ante este fenómeno? De nuevo la ciencia explica que el estrés tiende a inducir conductas destinadas a la supervivencia, que buscan la competición con otros congéneres ante el riesgo vital o ante la escasez de recursos. Pero no sería ésta la única respuesta posible. También lo es el altruismo. Consiste en la comprensión de que todos compartimos este barco planetario y de que juntos podemos, más fácilmente, minimizar el sufrimiento colectivo y sobrellevar lo inevitable. Es nuestra opción y responsabilidad decantarnos en un sentido u otro.

Por otra parte, el proceso se complica porque no estamos solos, sino que somos seres sociales. En situaciones como la actual, de gran inestabilidad en todos los ámbitos y de sobrepoblación, que produce miedo a disolvernos en la masa, el individuo tiende a refugiarse en la tribu, en el grupúsculo de referencia. Siente que ese sentido de pertenencia es el núcleo de su identidad y que refuerza su seguridad. A menudo, oponiéndose a otras tribus y pavimentando el camino hacia conflictos intergrupales. Los líderes de estos pueblos lo saben, y refuerzan el miedo al extraño, a quien convierten en el chivo expiatorio, generando, de esta forma, polarización. Las dos guerras que observamos en el tablero geopolítico actual son, como todas ellas, incomprensibles desde la perspectiva global de la humanidad; pero fácilmente explicables desde el sentimiento tribal y la competición por los recursos.

En los próximos años cabe esperar aún más tensión en este sentido: la masificación que parece amenazar con disolvernos en el gran grupo, en un contexto de escasez de recursos de todo tipo, llevará a posiciones aún más tribales y enfrentadas entre los grupos, con populismos que buscarán chivos expiatorios que justifiquen sus políticas insolidarias. Pero como diría la hermosa canción de Fito Páez: «¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer… mi corazón».

Si cada uno de nosotros, a pesar de las circunstancias y el entorno, trae su solidaridad, su altruismo, todavía hay esperanza para este mundo. Y para las siguientes generaciones, de las que somos deudores.

Javier García Campayo es catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza

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