Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Ocampos y el álbum de José

Felipe Ocampos.
Felipe Ocampos.
Real Zaragoza

Nunca he sido de Felipe Ocampos pero le reconozco sus atributos de delantero centro: fajador, poderoso, de ancha espalda, gran cabeceador. Un formidable futbolista de club que sabía jugar a cara de perro, ser guerrero y guerrillero allí donde se cocían las victorias. Llegó a Zaragoza en los Pilares de 1969, cuando Marcelino había perdido el vuelo, y se iría en 1974, cuando los blanquillos de la Romareda ya practicaban un juego espectacular. Sus paisanos Arrúa y Diarte tiraban de arte, eficacia e inspiración.

Ocampos acaba de fallecer a los 78 años y para muchos aficionados, en estos tiempos en que apenas abundan los jugadores carismáticos, el ariete merece la máxima consideración: podía ser expulsado, recibir codazos, insultos, podía ver cómo algunos defensas intentaban demoler el torreón de su cuerpo de 1,84, lucir la sangre, pero siempre estaba ahí, con el nivel de competitividad a punto de estallar. Ocampos se aprovechó de la clase de Violeta, aquel mariscal con la mirada al frente y firmeza apabullante; de la de Nino Arrúa, el interior inteligente e intuitivo que buscaba siempre el tesoro de la red; o del talento de García Castany, el mago cuyas botas eran como una gran factoría de la imaginación.

El fútbol es la más importante de las cosas insignificantes o complementarias. Es un motivo de conversación y, en el fondo, un pretexto para convivir, razonar y expresar una visión de lo real. Ya lo dijo Camus: las mayores lecciones para vivir las recibió desde la portería. A veces te encuentras con seres que te deslumbran o te emocionan. En Alcorisa, José Formento ha sido panadero muchos años y animador de la Peña Juan Señor. La vida le ha dado uno de esos bofetones que te dejan al borde del abismo, tocado en la memoria, el corazón y la razón. El horno le estalló dos veces. Pero hay algo que no le ha borrado: el sentido de la amistad, el gusto por los detalles (cada Navidad reparte retales de felicidad con la lotería a sus amigos), y la pasión por su equipo. Se olvida de cosas, quizá de vecinos y familiares, le naufragan muchos recuerdos, pero el Zaragoza es su asidero. El faro de una emoción indecible y luminosa. Seguro que el panadero ha sentido el adiós de aquel coloso del área: el luchador Ocampos, el as corpulento que adormecía las dejadas. José lleva a todos los jugadores en el álbum secreto de sus dioses.

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