Benéfico yugo

Los malos resultados de nuestro país en el informe PISA han vuelto a generar polémica.
Benéfico yugo
Rafael Gobantes / HERALDO

Hace una semana dije en esta columna que los buenos recuerdos que conservo de mi instituto son muchos, pero no compensan los malos. En consecuencia, se me recrimina que, de no ser muy graves las calamidades que en su día me acogotaran, mis palabras habían sido injustas y, lo que sería peor, muy ingratas. "Pese a los malos ratos, es sano y normal apreciar los sitios donde uno se educó", me ha escrito un lector.

En respuesta a lo anterior, afirmo ahora que claro que siento afecto por mi antiguo instituto, al igual que lo tengo por algunas personas que me defraudaron, incluso habiéndome dejado mal sabor de boca. Además, en segundo lugar, creo oportuno aclarar que en el instituto jamás padecí particular maltrato, ni vi a nadie pasar por ello. Antes al contrario, allí forjé camaraderías duraderas y, por otra parte, ningún docente me dejó mala impresión. A todos les debo gratitud y con algunos mantengo relación o amistad.

Por tanto, el peso desfavorable al que aludí el sábado pasado no es personal. Más bien, responde a que, como sostuvo Rafael Sánchez Ferlosio, toda educación es una coerción, para la cual están concebidos los espacios, el mobiliario, las tarimas, los aparatos gimnásticos, los horarios, los timbrazos, los exámenes, las materias, las notas, las jerarquías y un inacabable etcétera actualizado tecnológicamente.

Desde luego, sé que hay imposiciones oportunas, como espero que lo sean las que hoy ejerzo yo, pero creo que es natural desear liberarse de ese benéfico yugo y no evocarlo con gusto, por más que después la vida traiga más y peores ataduras.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Javier Usoz)

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