Mucho suponer

Mucho suponer
Mucho suponer
Heraldo

No hace falta el informe PISA para saber que algo no va bien en nuestro sistema educativo. El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes, en inglés ‘Programme for International Student Assessment’, lleva un tiempo describiendo una realidad incómoda: nuestro sistema educativo no mejora. 

Aquí no procede entretenernos en explicar cómo evalúa y mide PISA, ni comparar los resultados con el resto de los países. Las evidencias se encuentran en las aulas, especialmente, en las de primer semestre de primer curso de universidad.

En los dos últimos lustros, colegas de distintas facultades y docentes en diferentes grados observamos más dificultades en el alumnado para leer y escribir, por no entrar en los fundamentos matemáticos, científicos y filosóficos. En su mayoría, llegan con ilusión y con ganas de aprender. En algunos casos, ha sido un camino complicado; en otros no se sabe si están donde quieren estar o simplemente se han dejado llevar. Siguen destacando estudiantes excelentes, por encima de la media. Sobresalen por su dedicación, participación y conocimientos. Pero sobreabunda lo contrario. Se ha incrementado la desigualdad, i. e., la distancia entre quienes saben y quienes ni se enteran es mayor. Estos son incapaces de seguir el hilo de una argumentación porque no conocen las palabras, ni tienen los conocimientos básicos. El desconocimiento de la historia, la literatura, la biología, la música… se convierte en una dificultad añadida. La Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad no garantiza que quienes la superan tengan los mínimos requeridos. Y si éstos no se tienen al entrar, no se consiguen de forma integral después.

Las lagunas que deja nuestro sistema educativo se perciben perfectamente en
los alumnos del primer curso universitario

Con el sistema universitario actual, se forman especialistas en ámbitos de conocimiento cada vez más parcelados e incomunicados. Las estructuras institucionales están diseñadas para profundizar en una disciplina. Y eso tiene efectos secundarios. Tenemos ingenieros que no necesitan saber nada de historia, de arte o de biología. O juristas que no ven nada de química, ni de algoritmos, ni de geología. O médicos, o físicos, o de cualquier otra titulación que sólo estudian de lo suyo. Y de ese modo, quienes no tenían una formación integral al entrar en la universidad, es poco probable que la obtengan con los actuales planes de estudio. Este problema no es achacable a los chicos y chicas que están en nuestra aulas. Es resultado del diseño de las titulaciones y del conjunto del sistema educativo. Una buena parte de las causas tiene que ver con las corrientes psicopedagógicas que han postergado los conocimientos, el saber y la memoria, frente al ‘saber hacer’, las competencias y el cuento del ‘aprender a aprender’. Estos asuntos, siendo como son complementarios, parece que estén reñidos y sean incompatibles. Además, nos quedamos en el terreno de los discursos y poco cambiamos en las prácticas, convirtiendo en ‘paganos’ de la industria educativa a estudiantes que hacen lo que está previsto, de manera sumisa y obediente. Porque también hay docentes que ni enseñan ni quieren enseñar ni se preocupan por saber si sus estudiantes aprenden más allá de poner exámenes insuperables para mostrar la ignorancia de aquellos a quienes tendrían que haber entrenado previamente.

Falla la lectura y faltan conocimientos
básicos en muchos estudiantes, incapaces de seguir una argumentación

El sistema educativo no debería estar para formar bueyes que trabajen, ni mano de obra que se adapte a las condiciones cambiantes del mercado. El conde de Sástago se sentiría en su salsa en este marco de competencias orientadas a una formación a lo largo de la vida para hacer vasallos y no emancipar a una ciudadanía crítica, capaz de cuestionar el orden político, social y económico. La educación, como decía Jaeger y he repetido en otras ocasiones, "es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y trasmite su peculiaridad física y espiritual".

El cuatrimestre anterior, al revisar la asignatura, me decía un estudiante –de los que estudian y asisten a clase– que doy muchas cosas por supuestas. Y no son sólo lecturas, datos o referencias, para mí comunes y corrientes. El problema es que pido comentarios y ensayos críticos o exposiciones orales cuando no he explicado antes cómo se lee, se escribe y se habla. Eso a su juicio era mucho suponer. Y lo decía sinceramente, no pretendía colar una milonga para justificarse. Pero, ¿no debería venir con eso aprendido? Algo estamos haciendo mal como sociedad.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Chaime Marcuello)

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