El paisaje de las nieves

Viernes, 19 de enero de 2024: la nieve cae con intensidad en Zaragoza
El paisaje de las nieves
Oliver Duch

Paladear la vida pasa por observar, reconocer lo que la realidad ofrece y contemplar el abanico de cada día a día. Hoy llovía; y mi peregrinaje por la plaza apenas si tiene que ver con la inmensa mayoría del resto de las jornadas. Hace mucho que no era tan constante. Un cambio en la tónica de los últimos días. Hasta que de forma inesperada, el agua adquiere volumen y comienza a nevar.

El sorprendente giro despeja el entorno y acelera el ritmo de la gente, envuelta en abrigos y cubierta con paraguas. Resulta entretenido contemplar ese discurrir desordenado y algo caótico, bajo el telón blanco, impoluto, de la nieve. Hay a quien no le importa mojarse o el que ya lo da por perdido. Avanzan si cabe más parsimoniosos que el resto, conscientes de que poco pueden hacer sin la protección de algo impermeable. Aunque el temor principal es perder el equilibrio. Que el cuajar paciente de los copos, sin pausa, compromete todavía más.

Procuro no llegar chorreando a casa. Me ayuda la salvaguarda de mi compañía que, disfrazada de rey mago, decidió ponerme a salvo de peligros parecidos y me regaló un paraguas. Tan pequeño que soy capaz de meterlo en el bolsillo del anorak. Y accedí a romper con mi costumbre y a usarlo, si me acuerdo. Hoy lo tengo a mano.

La nieve impone respeto al conducir en un territorio desacostumbrado. Más aún por la noche. A la oscuridad en la que nos sumergimos -una ciudad acomodada en la melancolía de la media luz-, se une el cruce de brillos de los coches y los semáforos. Con la convicción de que esa inseguridad es compartida, lo que agudiza la prudencia, pero no minimiza los riesgos.

Escampará mañana. Recuperaré entonces los paisajes de casi siempre. Para volver a ver la plaza repleta de niños jugando a balonazos y con los restos sucios de la nieve, personas mayores de paseo o atascadas en los bancos, y padres y madres con más dedicación a las chácharas que atención a los pequeños, entretenidos en esos viejos columpios. Escenarios a veces clásicos, a veces inesperados que ayudan a disfrutar de paladear la vida. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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