Por
  • Julio José Ordovás

Tardeo

El bar Borneo de Zaragoza durante el tardeo.
El bar Borneo de Zaragoza durante el tardeo.
Toni Galán

Dice un amigo mío que el tardeo es la decadencia de Occidente. Mi amigo es muy ‘houellebecquiano’, aunque nunca haya leído a Houellebecq, y exagera un poco, pero solo un poco. Salir de copas a la hora del té atenta contra el orden natural de las cosas.

Las colas que se forman los sábados a media tarde en las puertas de algunos bares son las nuevas colas del hambre. Los bares de tardeo huelen a adolescencia mal curada, a peterpanismo, a cremas antiedad y a desesperación. Ligar en esos garitos atestados de cuarentones y cincuentonas muertos de hambre tiene muy escaso mérito: es más fácil que pescar en una piscifactoría. Los amores que surgen del tardeo ni siquiera son tóxicos. El tardeo es el Burger King del comercio carnal: ‘fast love’ para estómagos insensibles. He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por el tardeo, divorciadas vomitando como colegialas en fiesta de pijamas al tercer mojito, casados tarambanas presumiendo de abdominales con un gin-tonic rosa en una mano y un Iphone 15 en la otra, ‘indies’ ajados que entran en convulsión cuando de repente suena un tema de los Oasis, solteros empedernidos que aseguran haber hallado la paz y la felicidad gracias al ‘mindfulness’, solteras irredimibles contando los días que les faltan para embarcarse en un crucero para ‘singles’ por los fiordos noruegos…

Emborracharse de noche tiene su gracia y su lírica, pero emborracharse por la tarde es una cosa triste. Las damas y los caballeros se emborrachan siempre después de cenar, cuando desenfundan sus guitarras los mariachis y a la luna se le rompen las medias. Antes de cenar solo se emborrachan los adolescentes.

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