Los ‘padres fundadores’ de Estados Unidos (Washington, Jefferson, Hamilton, Madison, Adams y Franklin) se lanzaron a crear un nuevo sistema político con mucha prudencia porque su república era un experimento de resultados impredecibles. Nadie hasta finales del siglo XVIII se había propuesto hacer funcionar una democracia, con poderes separados y controlados entre sí. 

Su punto de referencia fue la Antigüedad clásica, aunque no hubiera entonces auténticas democracias. Por eso, establecieron tres pilares: la filosofía griega de la libertad; el derecho romano; y la justicia social y la igualdad moral que emanan del cristianismo.

Aquel embrión de democracia germinó durante los siglos XIX y XX, pero hoy su credo liberal se ve amenazado. Las elecciones del ‘primer martes después del primer lunes de noviembre’ pueden llevar de nuevo a la Casa Blanca a Donald Trump, el presidente que se resistió al traspaso pacífico del poder cuando perdió en las urnas en 2020. De hecho, la primera cita con las bases del Partido Republicano, las primarias de Iowa, acaban de confirmar que sigue siendo su favorito, a pesar de que está imputado por 91 presuntos delitos y de que no oculta sus tintes autoritarios. Por el contrario, el millonario dirigente hace gala de su admiración por autócratas como el ruso Putin, el húngaro Orbán o el chino Xi Jinping. Ni siquiera se toma la molestia de refutar a quienes le critican; simplemente, les amenaza con encarcelarlos cuando vuelva a ser inquilino de la Casa Blanca.

Durante casi dos siglos y medio, la democracia estadounidense ha tenido varios presidentes que han sido llamados dictadores. También a George W. Bush o a Obama se les comparó con Hitler. Pero, más allá de algunos excesos en la legítima pugna política, ahora ocurre algo distinto. La quiebra profunda en el interior de la primera potencia mundial tiene algo de manifestación del desencanto popular con las instituciones del país, de reflejo de la polarización que también impera en la política de muchos países, y del populismo de un expresidente deslenguado que reclama su antiguo puesto.

Se acumulan datos e informes sobre el talante iliberal del exmandatario. Bob Woodward, el célebre periodista de ‘The Washington Post’ que provocó la renuncia de Nixon en 1974 al sacar a la luz el escándalo Watergate, ha publicado dos libros sobre Trump: ‘Miedo’ (2018) y ‘Rabia’ (2020). En el primero, repleto de testimonios, ya dibujó una Administración aterrada por el comportamiento de su jefe. En el segundo, era el propio Trump el que le confesaba sin pudor que durante meses había ocultado deliberadamente la gravedad de algunos asuntos, como la pandemia de la covid.

Después de salir de la Casa Blanca, otros ensayos han hurgado en la herida. Por ejemplo, Liz Cheney, la excongresista republicana que fue vicepresidenta del comité de la Cámara de Representantes encargado de investigar el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, ha publicado varias obras en las que advierte que su compañero de partido es un peligro para la democracia. Y el historiador Robert Kagan, cercano a las posiciones republicanas, ha publicado ensayos en los que pronostica que, si gana de nuevo, evitará desde el primer día los controles y contrapesos que lo limitaron la primera vez. "En unos pocos años, hemos pasado de tener una democracia relativamente segura a estar a unos pasos cortos, y a escasos meses, de la posibilidad de vivir una dictadura", ha escrito.

Si Trump vence en noviembre y, como ha afirmado en una entrevista en la Fox, se comporta como un dictador en el ‘Día 1’ de un nuevo mandato, nadie podrá decir que le ha pillado por sorpresa.

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