Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Beckenbauer: el héroe exquisito

Fotos del exjugador y exentrenador alemán de fútbol Franz Beckenbauer
Beckenbauer: el héroe exquisito
Agencias

Hace poco, en Budapest, un taxista de unos 40-50 años, recordaba con un brillo de espejo y pena en los ojos el llamado Milagro de Berna de 1954: aquel día que la selección de Alemania, con los hermanos Walter y Rahn, venció a la intratable selección de Hungría de Puskas, Grosics, Czibor, Boszik y Zacharias. 

Aquella gesta sería determinante para un niño bávaro, Franz Beckenbauer, nacido en 1945, que acaba de fallecer a los 78 años. Beckenbauer inventó y ensanchó la posición del líbero o defensa escoba: fue el primer organizador del ataque desde la retaguardia, y lo hizo como nadie: con primor y exquisitez, con mando, colocación, inteligencia, precisión, excelente toque y buen disparo.

Aquel triunfo le marcó con nueve años, y no tardaría en volcarse con el fútbol, primero con el bloque de su adolescencia y juventud, el Múnich 1860, y luego en el gran equipo de su vida, en el que lo dio todo: el Bayern Múnich, con el que ganaría tres Copas de Europa, la Champions de ahora, ante el Atlético de Madrid, el Leeds United y el Saint-Etienne, de manera consecutiva.

Franz Beckenbauer marcó una época. Conservador en política, decían, fue un adelantado a su tiempo. Dio el salto a la Primera División en 1964 y ahí comenzó una carrera increíble. Empezó como interior izquierda y como volante de ataque, practicaba la verticalidad y marcaba goles. Su primer gran momento, finísimo como era, con un ‘dribling’ mucho más que aseado, se produjo en el Mundial de Inglaterra-1966. Por ceñirnos a las gestas, le tocó marcar a Bobby Charlton, el cerebro inglés en la final. Fue un enfrentamiento impresionante, y aquel día el jugador bávaro diría que acabó con la cara roja como un tomate y que no había corrido tanto en su vida. Cedió Alemania, por el gol fantasma de Hurst; Beckenbauer, en los tiempos heroicos de Pelé y de Charlton, y de una estrella que ya empujaba y que sería su gran rival, Johan Cruyff, fue más que una revelación: un futbolista completo, versátil, elegante. El arte hecho pie.

El llamado ‘kaiser’ del fútbol mundial, campeón del mundo como jugador en 1974 y como seleccionador en 1990, deja el imborrable recuerdo de una clase insuperable

En el inolvidable Mundial de México-1970, Alemania volvió a jugar de maravilla con un equipo que nos aprendíamos día tras día en los cromos, en ‘As color’ y la tele: Maier; Vogts o Hottges, Schulz, Schnellinger; Beckenbauer, Overath; Libuda, Uwe Seeler, Müller, Haller y Held, que tuvo bastantes variaciones con Löhr, Graböwski y Weber. La semifinal contra Italia se fue a la prórroga y Beckenbauer demostró entonces que no solo era un espíritu puro y etéreo, sino que poseía determinación y coraje: jugó con el brazo en cabestrillo y volvió a enamorar a medio mundo. Ya encarnaba al héroe alemán. Dos años después, lograba la Eurocopa en Bélgica, con un 3-0 a Rusia, con Günter Netzer de segunda gran figura. Dicen que nunca se llevaron bien y que sería Beckenbauer, que ya era ‘el kaiser’, quien le acabaría alejando de la titularidad.

El Mundial de 1974 fue excepcional en muchos sentidos, sobre todo por el juego de Polonia, liderada por Deyna, y por la rebelión universal de la Naranja Mecánica de Cruyff y Neeskens, que estaba llamada a ser la campeona. Los alemanes del oeste cayeron ante sus hermanos del este y se produjo una auténtica convulsión: Beckenbauer, que vivía una apasionada historia de amor con una periodista, tiró del carro. Tras partidos increíbles, ante Suecia y Polonia, bajo un inmenso aguacero, los germanos llegaron a la final ante los holandes. A pesar del gol de penalti de Neeskens a los 50 segundos, venció Alemania con un Beckenbauer imperial, organizador, cerebral. Fue de los pocos jugadores que habrían podido jugar con chaqué y nadie lo habría tocado: tenía ese don. El balón era como un apéndice natural de su cuerpo. En 1972 había recibido el Balón de Oro y repetiría en 1976, a pesar de haber perdido la final ante Checoslovaquia.

Más tarde, se iría al Cosmos con otras figuras y regresaría fugazmente al Hamburgo. Como seleccionador, lograría el más difícil todavía: el título de 1990 en Italia ante la Argentina de Maradona con un gol de penalti del futuro zaragocista Andreas Brehme, casado con una mujer de Utebo. Aquel equipo tenía sus puntales fundamentales en Matthaus, en Brehme y en Klinsmann. Beckenbauer, en el banquillo, no se descompuso. Repitió los éxitos del brasileño Mario Lobo Zagallo, que moría días atrás.

Su biografía ofrece muchos datos y condecoraciones. Es uno de los más grandes de todos los tiempos -con Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi-, es quizá el jugador más sutil y artístico sobre un césped y uno de esos seres que parecían levitar como un suspiro. Johan Cruyff dijo que siempre hacía lo que había que hacer, con orden, belleza y talento, y que el fútbol ofensivo de su equipo, el Bayern o la selección alemana, empezaba en él. Era la génesis del triunfo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Antón Castro)

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