¿Qué le pasa a España?

¿Qué le pasa a España?
¿Qué le pasa a España?
Kirill makes pics / Pixabay

La Puebla de Arganzón, en el Condado de Treviño (Burgos), es el único municipio fuera del País Vasco y Navarra que ha sido gobernado por EH Bildu (entre 2019 y 2023). Tras las elecciones de 2023, la alcaldía ha pasado a manos del PNV, pero la formación de izquierda abertzale sigue contando con tres concejales (de siete).

La Puebla tiene poco más de quinientos habitantes, que, sin ser muchos, suponen más del doble de los que había a principios de los años noventa. El aumento de población se ha producido, sobre todo, gracias a la llegada de vitorianos. La capital vasca se encuentra a solo 15 kilómetros por autovía, así que, según donde se trabaje, se llega antes desde este pueblo treviñés que desde algunos barrios de la propia Vitoria.

Hace años que los habitantes de la Puebla de Arganzón trabajan duro en favor de la anexión del enclave a la provincia de Álava y, mientras lo consiguen, se empeñan en euskaldunizarlo a fondo. Es paradójico, porque en 1960 Vitoria apenas contaba 70.000 habitantes, casi en su totalidad hispanohablantes, y el enorme aumento de población registrado desde entonces se ha producido por la llegada de castellanos, gallegos, extremeños y andaluces (años sesenta y setenta), a los que se han añadido recientemente bastantes extranjeros. En cualquier caso, el hecho políticamente relevante es que muchos de los nietos de esos hispanohablantes nativos están firmemente decididos a que el euskara se convierta en su primera lengua, así como a llevar esa preferencia lingüística a los territorios donde habitan. En Álava o en Treviño.

A sesenta kilómetros al sureste de la Puebla de Arganzón se encuentra Oyón, que con sus 3.500 habitantes es, con diferencia, el pueblo más grande de La Rioja Alavesa. Y lo es porque está pegado a Logroño, de manera que funciona en la práctica como un satélite de la capital riojana. Para hacernos una idea, basta señalar que entre los ayuntamientos de Oyón y Logroño hay poco más de cinco kilómetros, la distancia que en Zaragoza separa la Casa Grande de Grancasa.

Teniendo en mente la referencia de la Puebla de Arganzón, podríamos esperar que en Oyón ocurriera lo mismo, pero a la inversa. Que allí todo el mundo fuera regionalista riojano, que los oyoneses se resistieran a la política oficial vasca de extender el uso del euskara y que en el pueblo hubiera un fuerte movimiento que reclamara la integración en la vecina comunidad autónoma. Pues no es así. De hecho, el Ayuntamiento de Oyón está controlado por EH Bildu, que hace lo posible por euskaldunizar el municipio, por hacerlo tan parecido al Goierri como la geografía y el clima permiten. Y es que, según declaraba hace no mucho el alcalde José Manuel Villanueva, un señor de Cádiz convertido en nacionalista vasco, «esto es diferente, es otro país». Tirando de ironía, es lo que podrían pensar los zaragozanos cuando se acercan a Cuarte.

Podemos preguntarnos qué tiene la idea nacional vasca que hay tantos dispuestos a asumirla. Sacrificando su identidad, sacrificando la memoria de sus orígenes, sacrificando su lengua. Renunciando a uno de los mejores sistemas educativos de Europa (el de Castilla y León) para enviar a sus hijos a uno de los peores de España (el de Euskadi). Y no resulta fácil responder, porque nunca ha existido un estado vasco independiente, así que no podemos saber si sería rico o pobre, poderoso o sometido, democrático o dictatorial. Por el momento, la nación vasca no es más que una ensoñación, así que los que se entusiasman por ella, por algo que no pueden conocer, están en realidad renegando de España. Una España que, según parece, decepciona.

Decepciona siempre, decepciona por principio… Cuanto mejor van las cosas, decepciona más. Tras un siglo XVIII de estabilidad y progreso, los españoles de América (la mayoría de ellos) decidieron dejar de serlo y lanzarse a una aventura de resultado incierto. En nuestros días, tras los espléndidos cuarenta y cinco años transcurridos desde la restauración democrática, la desafección hacia España ha alcanzado cotas nunca antes conocidas y es, probablemente, mayoritaria en algunas de nuestras regiones. Somos un caso paradigmático de lo que los científicos sociales llaman ‘autoodio’: el sentimiento de rechazo que experimenta un individuo hacia el grupo al que pertenece por considerar que sus características propias son inferiores a las de otros.

Pío Baroja escribía en 1912 que «los españoles tienen orgullo individual, pero no patriotismo». Es así. Nos falta orgullo colectivo. Y no sé si es bueno.

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