Navidad en un par de cajas

El próximo diciembre volveremos a decorar el árbol navideño.
El próximo diciembre volveremos a decorar el árbol navideño.
Jesús Hellín / Europa Press

Puede parecer mentira, pero he guardado mi Navidad en un par de cajas de cartón que he bajado cuidadosamente al trastero de mi casa. Una lleva las figuras de mi belén, regalo de mi madre cuando vine al mundo, debidamente envueltas en papel protector de globitos y que salen cada año al pequeño escenario que les tengo destinado en mi salón para que presidan estos días el ambiente de navidad y permitan que dirija mis miradas y mis recuerdos hacia ese portal de belén donde hay un niño que vino a revolucionar el mundo. A su manera; como Sinatra, pero sin cantar. Porque en Palestina se han olvidado hace mucho tiempo de cantar. Esa es la caja principal, la de siempre, la familiar, la que encierra lo que para mí es la esencia de Navidad en su representación material.

La otra caja contiene un árbol desmontable, ‘made in China’, con todos los abalorios y guirnaldas de luces de colores que ahora exige la modernidad de las fiestas y que cumple rigurosamente con mi compromiso ecologista, pues renuncié hace muchos años a comprar árboles arrancados a la naturaleza. Es el tributo ornamental, laico y yanqui, que se hace hoy a la Navidad por estos lares en que nos embelesamos también con las voces profundas y acariciadoras de Bing Crosby, Dean Martin y el ‘crooner’ Sinatra en sus vinilos de villancicos.

Así que los símbolos de mi Navidad caben en esas dos cajas que ya aguardan a que baje a buscarlas otra vez en los primeros días de diciembre del nuevo año para armar o montar mi pacífico belén y plantar ese árbol, tan artificial como la nueva inteligencia, que decoraré una vez más con bolitas, estrellas y luces.

Pero me niego a pensar que ahí acaba la Navidad y que hay que dejarla hibernar hasta el año que viene; por eso me guardo una tercera caja junto a mí que ha de desplegar hasta el próximo diciembre esos efluvios que nos dejan estos días llenos de buenas intenciones y propósitos de hacer el bien que habremos de poner en práctica todo ese tiempo que tenemos por delante. Es una caja invisible que todos llevamos dentro y que contiene la auténtica esencia de Navidad, mucho más allá de las figurillas del belén y la parafernalia decorada y luminosa de unos árboles desmontables, esa navidad artificiosa que hemos encerrado en un par de cajas de cartón.

Cajas que sirven para recordarnos cada doce meses que hay un tiempo destinado a celebrar uno de los misterios que nos han acompañado desde la niñez, envuelto en benevolentes mensajes y en sonsonetes musicales que llevamos también grabados desde entonces.

Se ha terminado la fiesta de Navidad. Duerme ya apaciblemente en mis dos cajas como dormía en un rincón el arpa de Bécquer. Habrá una mano que volverá a abrirlas.

Y yo me llevaré conmigo esa otra caja que me ha de recordar que, de alguna manera, siempre es Navidad.

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