Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Por
  • José Badal Nicolás

Vivencias indelebles

Los estudiantes chinos tratan con un gran respeto a los profesores.
Los estudiantes chinos tratan con un gran respeto a los profesores.
Bukejiuyao

El investigador científico, incitado por su intuición y empeño, se enfrenta constantemente a lo desconocido con temple y arrojo. Su labor profesional no discurre por un camino de rosas sin sobresaltos ni chascos. 

Todo lo contrario: se adentra en una maraña de angostos e intrincados vericuetos donde se agazapan la duda y la sorpresa y a veces el fiasco y la frustración. Pero todos estos escollos pueden superarse con ahínco y perseverancia cuando uno está persuadido de que es posible vencer el reto planteado por formidable que sea y alcanzar la meta fijada, aun sabiendo de antemano que ello abocará a nuevos desafíos y exigencias. Conseguido el objetivo propuesto, la plácida alegría compensa con creces cualquier aflicción y desánimo anteriores.

También hay otras recompensas muy gratificantes, en mi caso los viajes, el conocimiento de otras tierras, el trato con otras gentes, el hallazgo de distintos usos y costumbres, las sensaciones percibidas y muy especialmente la genuina amistad. Los proyectos de investigación me han permitido viajar y moverme desde Reikiavic hasta Wellington y desde San Francisco hasta Pekín. He disfrutado de estancias en lugares exóticos y asimismo de escenas pintorescas y costumbres peculiares; por ejemplo en el interior de la húmeda y sofocante jungla del sureste asiático o bajo el persistente calor de las islas del Pacífico. He recorrido cortas y largas distancias y me he empapado de cómo son el mundo y sus habitantes allende nuestras fronteras. He adquirido cultura como para librarme de prejuicios y resabios y de buscar el pelo al huevo. He pasado por experiencias de todo tipo, he gozado del lujo y he visto de cerca la pobreza, y he tenido la inmensa suerte de conocer a personas de gran talla intelectual, carentes de vanidad y de gran probidad. En este sentido he sido afortunado.

Gracias a mi perseverante trabajo como investigador he tenido la dicha de rebasar horizontes y ver distintos países en todos los continentes, de pasear por las calles de varias ciudades, grandes y pequeñas, de entrar en mercados y hogares y de hablar con sus moradores y de enterarme de primera mano de sus preocupaciones y penurias, pero también de sus alegrías y anhelos. Mis experiencias como viajero constituyen mi mayor tesoro, mis preciados bienes inmateriales a buen recaudo en mi cabeza y en mi corazón y todavía muy vivos en mi recuerdo.

Guardo en mi memoria vivencias indelebles, parajes y ambientes singulares, imágenes, sonidos, sabores y olores muy concretos, y todavía retengo algunas impresiones muy intensas. Una es la profunda decepción que me causó el ‘paraíso del proletariado’ en el transcurso de una estancia en la ciudad de San Petersburgo, urbe fundada por Pedro el Grande a orillas del río Neva, que antes también ostentó los nombres de Petrogrado y Leningrado. Hasta allí acudí con ocasión de mi participación en una conferencia internacional en junio de 1996. Conocí el paño muy de cerca, pues compartí confidencias, mesa y mantel con una profesora y su familia y tuve la oportunidad de comprobar la extrema precariedad en la que vivían. Su vivienda era menos que modesta y dejaba mucho que desear. No habían recibido su salario desde hacía meses y para invitarnos (porque dignidad tenían de sobra) tuvieron que salir antes al campo a recoger setas y hierbas para tener algo con lo que obsequiarnos. En el momento de dejar la ciudad ofrecí (junto con otras personas) los rublos no gastados a una doctoranda; tuvimos que insistir para que los aceptase en medio de su turbación y pena, porque lo que para nosotros eran unos pocos billetes para ella eran al cambio sus gastos de manutención de dos meses.

He visitado China al menos una decena de veces como profesor invitado y he estado en numerosos sitios muy distantes unos de otros. Algo que desde un principio me ha impactado es la esmerada educación de los estudiantes universitarios chinos y su total respeto por los mayores. Siempre me han cedido el paso, nunca han dejado de portar mi cartera hasta el instante de necesitarla; de ese cometido siempre se ha encargado un doctorando. En el momento de entrar en el aula para impartir mi clase o conferencia, todos los asistentes, profesores y alumnos, se han puesto en pie en señal de deferencia. Cuando unos y otros estamos en un restaurante en torno a dos o tres grandes mesas, los estudiantes de postgrado se han cuidado de brindar individualmente y por turno con el profesor invitado y de mostrarle su respeto. Otras maneras, nada que ver con la zafiedad imperante por aquí.

José Badal Nicolás es catedrático y miembro de la Asociación de Profesores Eméritos de la Universidad de Zaragoza (Apeuz)

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