Por
  • Andrés García Inda

Léon Aucoc

El buen urbanismo no siempre consiste en transformar, a veces hay que respetar lo que hay.
El buen urbanismo no siempre consiste en transformar, a veces hay que respetar lo que hay.
Pexels / Pixabay

La última de las actividades culturales del Centro Pignatelli de Zaragoza de este año, el pasado 20 de diciembre, fue una espléndida conversación entre la historiadora del arte -y profesora de Historia del cine en la Universidad de Zaragoza- Amparo Martínez Herranz y el abogado e ilustrador Luis Ruiz del Árbol -más conocido en las redes sociales como ‘fromthetree’-, a propósito del último libro de éste: ‘Lo que todavía vive’. Sin duda, el éxito del coloquio vino propiciado por la calidad personal e intelectual de sus protagonistas, que gozan de las virtudes del buen conversador, ésas que consisten precisamente en la generosidad y la ausencia de protagonismo: no aprovechan la ocasión para lucirse o convertirse ellos mismos en el tema de la conversación y en lugar de encararse con su interlocutor, si así puede decirse, lo que hacen es encaramarse en él. O ayudar a que el otro lo haga, como esos acróbatas que se apoyan mutuamente para impulsarse en su volatín y así llegar más alto, más lejos. O más a lo profundo: ‘duc in altum’.

La charla giraba sobre el presente y la cultura, tomando como referencia algunas imágenes artísticas, cinematográficas, literarias o arquitectónicas. Entre todas ellas, quizás una de las que más dio que hablar y pensar a todos los presentes fue la de la plaza de Léon Aucoc en Burdeos. El caso de dicha plaza es ampliamente conocido en el mundo de la arquitectura, pero quizás merece la pena recordarlo para todos los demás, para nosotros: En 1996 el Ayuntamiento de Burdeos encargó al estudio de arquitectos Lacaton & Vassal la elaboración de un proyecto para reformar la plaza. Después de visitarla, sin embargo, en lugar de hacer un nuevo diseño preliminar los arquitectos presentaron un informe en el que recomendaban dejar ese espacio como estaba. En contra de lo esperable, frente a las reticencias de las autoridades y seguramente renunciando a lo que podría haber sido un suculento proyecto tanto desde el punto de vista económico como profesional, los arquitectos «consideraban que los bancos y los árboles estaban muy bien tal y como estaban -recuerda Ruiz del Árbol en su libro-, que la gente del barrio usaba y disfrutaba adecuadamente la plaza y que, aparte de limpiarla con una mayor periodicidad, no hacía falta añadir, quitar o modificar nada».

Más allá de lo puramente urbanístico, el proyecto de la plaza de Léon Aucoc se convertiría en un emblema de lo que significa una buena intervención política y cultural. Cuando en 2021 Lacaton & Vassal recibieron el premio Pritz-ker -algo así como el Nobel de la arquitectura-, el filósofo Armando Zerolo recordó el proyecto de Léon Aucoc elogiando el mérito que supuso en aquel momento su propuesta, cuando la inercia llevaba precisamente a lo contrario. Había que resistirse a la seducción del protagonismo, del activismo adánico, o a lo que podríamos llamar la tentación demiúrgica, esa que nos invita permanentemente a reinventarlo todo en función de nosotros mismos y nos hace olvidar que intervenir es sobre todo, antes de hacer algo, atender, escuchar y cuidar. Por eso, recordaba Zerolo, podría decirse que les premiaron por «no hacer nada», esto es, «por dar más importancia a la vida que a las formas, por entender que la estética y la ética son inseparables, y por comprender que la política, como la vida misma, consiste en usar el poder como servicio».

En la misma conversación del Pignatelli, mi amiga A., que también es arquitecta, lo sintetizó con palabras de Ítalo Calvino: «Ojalá fuese posible una obra concebida fuera del ‘self’, una obra que permitiese salir de la perspectiva limitada de un yo individual, no sólo para entrar en otros yoes, semejantes al nuestro, sino para hacer hablar a lo que no tiene palabra, al pájaro que se posa en el canalón, al árbol en primavera y al árbol en otoño, a la piedra, al cemento, al material plástico...». Una obra, en suma, cuya originalidad reside, entre otras cosas, en la renuncia a ser original.

Es todo un reto en un tiempo como el nuestro, invadido por la epidemia del narcisismo, y en el que todos parecemos empeñados en dejar nuestra propia huella a toda costa. Por eso el caso de la plaza de Léon Aucoc se convirtió en un epítome no sólo de lo que constituye un buen proyecto arquitectónico o cultural, sino social y político. Y tal vez pueda servirnos de ejemplo o referencia en estos días de fin de año, en que andamos todos haciendo, personal y colectivamente, balance y propósitos.

Pues feliz año nuevo.

Andrés García Inda es profesor de Derecho en la Universidad de Zaragoza

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