Por
  • Esteban Villarrocha Ardisa

Hacer crecer la desconfianza

La desconfianza socava la noción de bien común.
La desconfianza socava la noción de bien común.
John Hain / Pixabay

Algunos sectores de la sociedad están instalados en un discurso que busca alentar un estado de desconfianza generalizado. En el ambiente político actual, la desconfianza se ha generalizado y socava el equilibrio y la sensatez que deberían regir la actividad política. Parece que la desconfianza conduce al indeseado olvido.

 Cuando más necesaria es la memoria, los desconfiados prefieren el olvido. Confieso que esta situación no me produce miedo sino tristeza.

El estado de desconfianza solo se justifica por aquellos que lo único que pretenden es conseguir el poder, cueste lo que cueste, con la única intención de mantener sus privilegios. «No nos une el amor sino el espanto», decía Jorge Luis Borges, y es así como permanezco en un vaivén de emociones generadas por la desconfianza, abonada por extremistas de pacotilla que son los hojalateros actuales de la libertad.

Con este triste panorama nos convertimos en seres suspicaces, aprensivos, temerosos; y vemos cómo son derrotadas nuestras convicciones más profundas. Reclamo con urgencia un proceso para reciclarse en humanidad, no digamos en decencia. Me quedo perplejo ante tanto proceso acelerado para alimentar la desconfianza y la intolerancia.

Lamentablemente, asistimos asustados, sin apenas inmutarnos, a una gran ceremonia de la confusión provocada por quienes se aferran a las ideas de los pensadores neoliberales, hoy denominados postmodernos, que acarician las hipérboles más fantasiosas para cuando fracasa la política. Excéntricos y excesivos en sus declaraciones, solo alientan un motor que divide e imposibilita el avance y el progreso. No quieren escuchar al contrario y solo hay una razón para manifestar este discurso basado en la desconfianza y la intolerancia: la obsesiva necesidad de ostentar el poder. Responden a un adoctrinamiento en el egoísmo, este es el mal que aísla y acaba con la noción del bien común: solo yo frente a todos, la dicotomía amigo enemigo.

Este clima de desconfianza en el que se ha instalado la sociedad hace que sea muy difícil encontrar empatía hacia el diferente, considerando al que opina distinto como enemigo. Nace la obsesión incontrolable de los que creen estar en posesión de la verdad, como si solo hubiera su razón y esta es la que se impone, ni una duda, ni una pregunta, solo el empecinado razonamiento de su verdad, las más de las veces falseada.

Hacer crecer la desconfianza y la intolerancia para justificar la dicotomía amigo-enemigo a partir de la obra de Carl Schmitt. Me preocupa este concepto de lo político en el siglo XXI y la apertura a la dicotomía amigo-no amigo en la teología política actual.

Los creadores de desconfianza e intolerancia ponen encima del debate la relación amigo-enemigo, que se plantea como imprescindible para entender lo político. Esto representa un antagonismo demasiado radical para las relaciones políticas progresistas. Entonces surgen algunas preguntas: ¿Cómo actualizar hoy el concepto de lo político? Carl Schmitt, en su pensamiento político utilizado por el nacional-socialismo alemán, tiene un cierto grado de ambigüedad y de incoherencia. Los puntos fundamentales de su teología política, de la política entendida como un conflicto inevitable entre amigos y enemigos, llegan hoy a nuestros oídos y nos generan desaliento y estupor. La desconfianza y la intolerancia son fruto de esta teología política que reduce todo al concepto amigo-enemigo y que hace crecer la desconfianza y la intolerancia. En política siempre he pensado que hay que ser ambicioso en el plan y prudente en la ejecución.

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