Hacernos cargo de la realidad

Los malos resultados de nuestro país en el informe PISA han vuelto a generar polémica.
Los malos resultados de nuestro país en el informe PISA han vuelto a generar polémica.
Rafael Gobantes / HERALDO

Así se titulaba el cuaderno que ‘Cristianismo y Justicia’ nos envía esta Navidad junto con el testimonio de personas que se hacían cargo de la realidad sin maquillarla. 

En este último mes hemos conocido datos que nos interpelan sobre nuestro compromiso para cambiar realidades de profunda desigualdad.

España ha obtenido la peor nota de la Unión Europea en pobreza infantil, con una tasa del 28%, según el último informe de Unicef, que analiza la situación actual de esta precariedad, entre 2019 y 2021, y su progresión en los últimos años. Los datos de 2001 ya indicaban malos resultados. Pero lo más preocupante es el bajo porcentaje de mejora, con una reducción de solo el 4% entre 2014 y 2021. En conjunto, los países analizados han reducido de media un 8%. Más de dos millones de niños están en situación de pobreza en España, es decir, más de uno de cada cuatro menores de edad viven en la precariedad. La escasa mejoría favorece la cronificación de este problema. El porcentaje español de niños que sufren esta vulnerabilidad de forma persistente, es decir, que llevan dos o más años en esta situación, es el cuarto más alto de los países europeos analizados.

La misma progresión que se detectaba en relación a la situación de la infancia se empezaba a ver en educación. Ya en el año 2018, cuando salió el informe PISA los resultados eran un serio aviso. Cuatro años después son muy preocupantes. Estos certifican un descenso notable a nivel global. Los alumnos han perdido el equivalente a un curso en lectura y medio en matemáticas respecto a diez años atrás. La cuestión es saber qué ha propiciado esos resultados. Lo mejor del informe PISA de este año ha sido la confirmación de una realidad que hace años que se veía venir, pero a la que nadie parecía hacerle caso. Baste recordar que nuestro país ha obtenido los peores datos históricos desde que, a inicios de siglo, se regularizaron semejantes encuestas masivas. Y que el hecho de que los malos resultados locales se inscriban en una caída generalizada en los países de la OCDE, atribuida al parón escolar que trajo la pandemia, no debe usarse en ningún caso como atenuante o eximente. Estos días hemos escuchado una serie infinita de argumentos y al buscar culpables se han señalado varios. El primero y muy conocido es el sistémico de la sobreprotección del alumnado en un sistema que busca la homogeneización y donde no existe el suspenso. Un segundo es la dependencia de la tecnología, especialmente el uso de los móviles en las clases. El último, y muy polémico, remarcado en alguna comunidad especialmente, es la existencia de los alumnos de origen inmigrante y de entornos vulnerables que influyen en el fracaso escolar. Como señaló Daniel Salinas, analista principal para el informe PISA en España, si los estudiantes más vulnerables reciben más apoyo para compensar su desventaja de partida es muy posible que sus resultados educativos mejoren. El problema no son estos niños, sino cómo se integran en las escuelas. Los datos demuestran que España está a la cabeza de los países donde las circunstancias heredadas durante la infancia y la adolescencia tienen un mayor peso en determinar el nivel de renta cuando se es una persona adulta. Estiman, en concreto, que el 46% de aquellas personas que crecieron en hogares con un bajo nivel educativo adquiere como máximo estudios obligatorios, lo que en la práctica supone heredar las situaciones de necesidad. En sentido contrario, los hijos con padres con mayor nivel de estudios tendrán más fácil prosperar, aunque su esfuerzo sea menor.

La situación viene de lejos, no hay un único responsable al que atribuir los malos resultados de PISA. Convendrá, eso sí, que la reversión en positivo sea fruto de un diálogo entre todos, fuerzas políticas y comunidad educativa.

Pobreza infantil y educación en nuestro país son retos mayúsculos que deben abordarse de forma urgente sin caer en demagogias partidistas. Por tanto, todas las fuerzas políticas y los sectores implicados deberían hacer un esfuerzo de consenso. No hay nada más importante para el futuro de nuestro país que los niños y su educación. Al hacernos cargo de esta realidad sin maquillarla, como nos señalaban en dicho cuaderno, podremos vivir una esperanza perseverante, fraterna y transformadora y no solo en Navidad.

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