Un niño nos ha nacido

Un niño nos ha nacido
Un niño nos ha nacido
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El nombre de Bethlehem aparece por primera vez en las Cartas diplomáticas de Amarna, siglo XIV a. C., según la profesora de Arqueología Cayetana Johnson, de la Universidad San Dámaso de Madrid.

Ciudad de agricultura y pastoreo de ovejas y cabras, donde se aposentarían Rut y Boaz, ascendientes del rey David, José y el propio Mesías. Tierra humilde, en la que sus habitantes vivían en grutas y cuevas en la montaña. Nada extraño, los relatos bíblicos y evangélicos ni la tradición heredada en los belenes.

Las casas de María y José en Nazareth en piedra y roca, migrante ella desde su Jerusalén natal por amor a aquel con quien la habían desposado bien jovencita. El Campo de los Pastores; la iglesia de la Gruta de la Leche, refugio de Jesús y sus padres mientras huían a Egipto; el patio de la Natividad, donde se erige la estatua de San Jerónimo, traductor de la Biblia vulgata y, al salir, villancicos, almuecín y campanas. La bajada al Pesebre de piedra, para el Niño-Cordero de Dios, y a la Estrella de los Reyes Magos, por la angosta escalera, con las sillas de ruedas y las cinchas sujetas por cuatro voluntarios.

Me parece increíble haberlo visitado hace un año. Esta Navidad no hay mercadillo, ni bandas musicales, ni árbol enorme con estrella, ni peregrinos, ni turistas. No se reunirán armenios, occidentales y ortodoxos en la plaza del Pesebre, ni habrá misa en Santa Catalina. Se guarda luto. No por los primogénitos del torrente Cedrón; ni por los menores de dos años masacrados por Herodes. Sí por los miles de muertos, soldados y civiles, niños, mujeres y ancianos, sin sentido alguno.

¿Hemos perdido el valor de la vida, la magia de la infancia, la ternura? No así junto a la Estrella de Belén. Al calor del Pesebre, 34 peregrinos, el grupo solo, oramos, meditamos, contemplamos, adoramos, compartimos casi sin palabras. Rozamos el misterio.

"Porque un niño nos es nacido, hijo se nos ha dado; y el principado estará sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz" (Isaías 9: 6). Si todo ser humano es sagrado, los niños guardan la simiente del futuro, de la inmortalidad. Pese a los puntos de vista diferentes de unos y otros autores, yo en Belén encontré al Niño, en mis compañeros, en las gentes con las que nos encontrábamos, en los huérfanos del hospicio. Y me lo traje en el alma, para siempre.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por María Pilar Martínez Barca)

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