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Cartas al director de HERALDO: Entrañables figuritas de barro

Entrañables figuritas de barro
Entrañables figuritas de barro
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Entrañables figuritas de barro

Como siempre, he puesto el belén con la misma ilusión con que a mis diez años comencé a instalarlo en mi pueblo natal, hace ya ochenta y un años. Me ayudaba a hacerlo toda la familia, de la cual sólo yo quedo para contarlo. 

Ahora tengo el amor y la valiosa ayuda de mi esposa para todo y en especial para la colocación de aquellas antiguas y entrañables figuritas de barro cocido, aquellas figuritas que llevan en sí la impronta de mi hermano mayor, que las adquiría con sus pequeños ahorros de estudiante en el mercadillo navideño de Zaragoza. Él sabía lo que nos alegrarían a todos las novedades que guardaban aquellos pequeños y misteriosos envoltorios que traía cuando venía de vacaciones. Los abría pausadamente para mantener la expectación con que todos le rodeábamos, hasta que aparecía un… podía ser el criado de Baltasar, o un pastor u otra figurita que aún no teníamos, todos las recibíamos con gozosas explosiones infantiles. Mi padre instalaba una compleja red eléctrica, alimentada con pilas de linterna, para iluminar cumplidamente el clásico portalito de corcho con María, José y el Niño Jesús recibiendo el calor del buey y la mula. También esta red abastecía a cada una de las lamparitas que iluminaban desde su interior las casitas de recortables de papel y el palacio de Herodes, edificios que habían fabricado pacientemente mis hermanas y lucían así como farolitos japoneses, creando un especial ambiente oriental. Mi madre aportaba aquella antigua y vistosa colcha que amparaba y adornaba el maravilloso conjunto. Ciertamente, todos estos hechos, contados y atesorados en el recuerdo, son una valiosa herencia apreciada y disfrutada por toda mi actual y numerosa familia, donde ocho nietos encarnan una fundada esperanza.

Juan José Osácar Flaquer. ZARAGOZA

¡Felicidad!

¿Quién no quiere ser feliz? Creo que hay unanimidad, todo el mundo quiere serlo. En lo que no sé si hay consenso es en la idea que tiene cada uno sobre la felicidad. Salud, lo más importante; cuando se pierde nos damos cuenta de su necesidad. Y al faltar la salud muchas veces falta la libertad también, y ser libre es la base de la felicidad. Amor, querer y ser querido es como abrir el balcón y dejar que entre el sol y todo lo invada. Se puede vivir con cielo nublado, pero cuando tienes la suerte de amar hay que aprovecharla. Dinero, lo justo; más de lo necesario te da la posibilidad de ser generoso. Hay una canción que lo dice: "Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor...". Completamente de acuerdo, solo cambio el orden: salud, amor y dinero, pero sí, los tres. Y acabo la canción: "El que tenga estas tres cosas que le dé gracias a Dios".

Pilar Cavero García-Rivero. ZARAGOZA

Fatales consecuencias

En casa de los abuelos maternos el nieto de seis años jugaba en el salón con una pelota. La abuela y la madre del niño hablaban sobre las comidas de Navidad, mientras el abuelo y el padre charlaban. El padre, conocedor de las habilidades futboleras de su hijo, con un ojo lo vigilaba y con el otro prestaba atención a su suegro. Tras unos minutos, el padre presintió el peligro y reprendió a su hijo, pero la complaciente abuela exclamó: "Deja al chico, no hace nada malo y así se entretiene". El experimentado y sabio abuelo sugirió sin éxito a su nieto que cambiara de juego. El mozalbete sintiéndose apoyado por la abuela, al fin y al cabo era la dueña de la casa, acrecentó la fuerza de sus patadas. Apenas un instante después, se escuchó un estruendo producido por la caída de un formidable jarrón que se hizo añicos. Era un recuerdo de los abuelos, un regalo de boda que había estado en el salón 45 años. El padre estuvo a punto de darle un sopapo al niño, pero el abuelo lo detuvo: "Déjalo, él no tiene la culpa". Mientras la abuela, con lágrimas apenas contenidas, recogía los trocitos a que había quedado reducido el magnífico jarrón, los padres le decían a su hijo que ese asunto lo juzgarían de regreso a casa. Pero lo hecho ya no tenía solución, el recuerdo familiar se había perdido para siempre. Imagínese, paciente lector, que el jarrón es nuestra Constitución de 1978 y ahora adjudique los roles de los personajes. Dedicado a las personas con buena voluntad que se comportan como la abuela de la parábola.

Luciano Ibáñez Dobón. ZARAGOZA

El Estado y el tabaco

Si el tabaco es perjudicial para la salud, tiene una solución si la quiere aplicar la Administración, prohibiendo el cultivo de la planta del tabaco y, por consiguiente, la elaboración por las industrias tabaqueras. A la Administración no le interesa buscar una solución al problema generado. Porque lo importante es la recaudación del impuesto sobre el tabaco, que le reporta al Estado unos ingresos muy importantes. Tampoco es la solución incrementar el precio que debe pagar el consumidor, porque el único efecto es ingresar el Estado más dinero.

Pascual Enrique Gimeno García. ZARAGOZA

Demasiadas fiestas

Yo no sé quién hizo, supongo que en tiempos de Mari Castaña, el calendario de celebraciones gastronómico-festivas de estos días, pero tuvo muy poco talento. Juntó demasiado las cenas y las comidas. Me parecen de perlas las cenas de Nochebuena y Nochevieja. El año que toca hacer una en casa, te das un poco de paliza, pero se hace a gusto para agasajar a la familia y pasar juntos un rato agradable. Otros años, te libras y vas a mesa puesta, aportando algunas botellas y manjares. Pero lo que no comprendo es que después de cada una de esas cenas, en las que siempre se abusa un poco del ‘comercio’ y del ‘bebercio’ –ahí radica lo extraordinario de la festividad– vengan inmediatamente las comidas de Navidad y de Año Nuevo, que también tienen que rayar en lo pantagruélico. Esa acumulación es un exceso, así no se disfruta como es debido ni de la buena mesa ni de la compañía ni de lo que se celebra. Y hasta puede haber síntomas de indigestión o de dolorosa resaca. Yo no sé si no podría el Papa, como autoridad religiosa, decir que está muy bien lo de la Nochebuena, pero que el día de Navidad, desde por ejemplo las 3 de la mañana, quedase consagrado obligatoriamente a la oración, en retiro individual, y al ayuno. Así tendríamos tiempo de descansar y de digerir. Y hasta saldría ganando el espíritu de la Navidad, que es más espiritual, claro está, que las meras comilonas. Y para el Año Nuevo, fiesta laica, la ONU, como autoridad mundial, podría simplemente eliminar el 1 de enero del calendario, y que se pasase directamente al día 2, obviando así una comida familiar que muchas veces se atasca. No sé, pero algo hay que hacer, porque con tanta acumulación las celebraciones resultan poco celebradas. A que está usted de acuerdo.

José Luis Cabañero White. ZARAGOZA

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