Por
  • C. Peribáñez

Tablas y alambres

Las tablas con las bolas de la lotería de Navidad insertadas en los alambres.
Las tablas con las bolas de la lotería de Navidad insertadas en los alambres.
Agencia EFE

Mariah Carey comienza a descongelarse una vez pasado Halloween. La feria de Navidad nos hacen rememorar la angustia de Chencho perdido en la plaza Mayor hace ya 60 años.

Es la lotería, sin embargo, la que definitivamente nos sumerge en la vorágine de espumillón, villancicos y dulces de mazapán, que sufren ‘bullying’ en el más oscuro rincón de la bandeja de los turrones.

Odio el sorteo de Navidad –dado que nunca me ha tocado, obvio– y detesto trabajar este día porque el grado de histeria y caos que se vive en las redacciones es de aúpa. Lo peor es tener que salir a cubrir alegrías ajenas y volver al puesto de trabajo, empapado en champán, pero con la misma cara de pobre de todos los días. No hay ‘cebralín’ que elimine esta mancha. No hay aspirina que borre el gusano cerebral de los niños cantando sus tablas y alambres.

¿Tiene algo de bueno la lotería? Sin ella, Buñuel no hubiera podido rodar ‘Las Hurdes’. Ya sabrán la anécdota de que el calandino logró la financiación, gracias a que su amigo Ramón Acín le prometió que si le tocaba el Gordo pagaría su película. Así sucedió. Acín le dio a Buñuel 50.000 pesetas de 1932. El sorteo también es el eje central de la comedia de nuestro García Velilla, en la que el premio cae en un número vendido en el prostíbulo de Villaviciosa de Abajo. Una última referencia, quizá mi preferida: ver vídeos de sorteos viejos era el mayor afán de Palmira, el genial personaje casi senil, que crearon Dunia Ayaso y Félix Sabroso en la serie ‘Mujeres’. Decía Palmira que había perdido la ilusión de vivir desde que murió Chanquete. A mí hoy me pasa parecido.

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