A orillas de la Navidad

La plaza del Pilar de Zaragoza es el epicentro de la Navidad
La plaza del Pilar de Zaragoza es el epicentro de la Navidad
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Defiendo mi limitado espacio en el avance por la calle Alfonso abarrotada, y me sorprendo ante esa fila de paseantes que espera paciente su turno para llegar al horno del castañero. Son personas de todas las edades. No hay prisa ni nervios. 

Hace frío; tal vez no tanto como el que recordaba que había de soportar gustoso en una estela similar, cuando de muy niño mi madrina rebuscaba en su monedero sin fondo para arrancarme un beso vestido de cucurucho. Lo dejábamos en una papelera después de distribuir a partes iguales las castañas en cada bolsillo del abrigo, estufa de calores y prólogo del placer enorme de disfrutarlas.

Es antesala de remembranzas de tiempos muy cambiados que, sin embargo, no impiden recuperar colores, olores y sabores anclados a lo largo de los años. Me dejo llevar por el caudal del reguero del paseo de la Independencia; y veo en ese extraño compendio de formas geométricas la luminosidad de los recorridos de antaño, de la mano de mis abuelos, con las manos protegidas por guantes de lana, la bufanda y la cabeza cubierta con el no demasiado apreciado pasamontañas.

Logro desembarcar en la plaza del Pilar para, después de rendir visita a la Virgen, asentarme en otra de esas colas del entorno, con el ánimo de adentrarme por entre las imágenes del belén. Ese recorrido que descubre los recovecos de la vida de la pequeña ciudad natal de Jesús se ha convertido en recurso clásico de la Navidad zaragozana. Mérito apreciable para ayudar a ubicar esta fiesta, acorralada por los asaltos de Papás Noeles, elfos o singulares seres de extraño origen y escaso sentido. Protagonistas de batallas comerciales.

Me detengo en las filas de las casetas, acomodo de mil tentaciones, observo esa noria que se hace ilusión emocionada en la mirada de los niños, y me asomo coartado a los deslices de los osados patinadores sobre el hielo, encerrada en una carpa la risa a carcajadas. Va pasando la tarde sin preocuparme por cómo voy a esquivar el atasco que ya se me ha anunciado al dejarme llevar al centro. Al fin y al cabo, también forma parte de los prolegómenos de la Navidad.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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