Por
  • Francisco Palacios Romeo

Sión, Palestina y genocidio

Los palestinos inspeccionan los restos de un ataque aéreo israelí contra la Mezquita y el Hospital de Jaffa en Dair el-Balah
Los palestinos inspeccionan los restos de un ataque aéreo israelí contra la Mezquita y el Hospital de Jaffa en Dair el-Balah
Omar Ashtawy

Premisa número uno de todo derecho, filosofía y teología: todo agredido tiene derecho a defenderse. Máxime cuando se defiende sobre miles de cadáveres antepasados, miles de kilómetros usurpados y una secular convivencia destruida.

Desde el 7 de octubre la casi totalidad del civilizado Occidente ha dictado que Israel tenía derecho a defenderse. Tan culto es este Occidente que puede obviar todo un siglo de historia, y trasponerse directamente al 7 de octubre cuando Hamás ataca unos territorios ocupados y militarizados; lo que es apelado, en inmediato auto de fe (democrática), como acto de barbarie y terrorismo. Sin mayores consideraciones.

Todo un siglo de virulenta colonización (1923-2023) que no existe en la lobotomía consorcial de Von der Leyen, Borrell y demás comisariado unión europeísta. Invasiones masivas de colonos sionistas, procedentes de Europa, hacia una Palestina semita donde una mayoría árabe y una minoría judía y cristiana vivían en armonía. Invasiones de origen ashkenaz, procedentes de Europa oriental, de mayoría blanca, donde ninguno de sus antepasados había pisado Palestina jamás; colonizaciones que étnicamente estaban en las antípodas de los semitas originarios, filisteos, cananeos y hebreos.

Unas emigraciones aceptadas por los autóctonos antes de 1917, y que podrían haber seguido siendo aceptadas para la construcción de lo que hubiera sido un Estado comunitario pluriétnico ejemplar. Pero no, sucedió lo contrario, se tornarían masivas y violentas a partir de la Declaración Balfour (tratado-compraventa entre el sionista millonario Rostchild y el gobierno colonial inglés), durante las décadas 20 y 30.

Invasiones con apoyo logístico de los primeros grupos terroristas modernos, las organizaciones sionistas Irgún, Haganá o Lehi, en cuyo currículum está la expulsión masiva de nativos palestinos y sus asesinatos, incluyendo la de judíos originarios, o emigrantes, que no comulgaban con la estrategia sionista, como el jurista judío De Haan; incluyendo el asesinato de todo funcionario internacional que no cediera a su vis expansiva, como el asesinato en 1944 del ministro británico Lord Moyne, o del dirigente de la Cruz Roja y mediador de Naciones Unidas conde Bernadotte, en 1948; incluyendo la destrucción de logística civil-administrativa británico-palestina, como la voladura del Hotel Rey David (1946) con 91 asesinados. No son cosas del pasado, es imaginario de presente. En 2006, la voladura del hotel fue conmemorada por el premier israelí, bajo el auspicio de la propia fundación heredera del grupo terrorista Irgún, ejecutor de la masacre; así como en 1975 los asesinos de Lord Moyne recibirían todo un funeral de Estado. No son cosas del pasado, cuando en la reciente guerra siria, Israel dio apoyo logístico sanitario a la rama oriental del mayor grupo terrorista mundial, Al Qaeda (Frente Al-Nusra), aliado estratégico de ISIS, y táctico de Israel, tal como publicaría ‘Haaretz’.

Desde 1948, Sión es ya fuerza implacable de Estado de guerra, en perfecta simbiosis con el hegemón estadounidense y con los centros de poder, que le arman, financian y tutelan jurídicamente. Son los que siguen acometiendo todo el plan para la borradura palestina del mapa. Una ‘tierra prometida’ ahora ya totalmente ocupada por el ‘pueblo elegido’, desde 1967, y en el que viven prisioneros, humillados y, diariamente, asesinados, cinco millones de personas, en apenas el 15% de ese territorio. Esa era la solución final desde el primer Congreso sionista (Basilea, 1897), como esa performance bíblica que parafrasearía hace unas semanas el premier sionista con alusión a la bíblica Amalek ("vayan y destruyan absolutamente todo (…) mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes y ovejas…"), citando textualmente el Libro de Samuel, 15:3.

La operación de Hamás del 7 de octubre se desarrolla sobre territorios ocupados y militarizados. Militarización anexa a colonización y de la que el colono, por fácil deducción etimológica, es el agente principal, la vanguardia de asentamiento del Estado agresor. Unos territorios que ni siquiera son los propios de Israel en la autocrática resolución de Naciones Unidas (1947), sino que son producto extra de apropiación sobre Gaza (1949). Lo vino a decir el secretario general de la ONU: "Esto no empezó el 7 de octubre", desatando toda la virulencia del ‘behemoth’ sionista.

No, Israel no tiene derecho a defenderse, dicho sea, a la clase política europeísta e intelligentsia orgánica adjunta, incluido el movimiento ecologista comulgante. Por una razón: es invasor histórico, ocupante sociológico, satrapía del apartheid, y, en suma, infractor internacional señalado por decenas de resoluciones de la ONU (17 sustantivas y 73 subordinadas).

Israel es un país invasor que como infractor internacional ha sido señalado
por decenas de resoluciones de la ONU (17 sustantivas y 73 subordinadas)

No hay una sola invasión en la que no se haya considerado como agresor al invasor. O acaso Napoleón y su logística civil-administrativa no eran agresores ¿Era El Empecinado o el cura Merino sedicentes terroristas, o eran partisanos, tal y como está teorizado de Schmitt a Fanon? No hay una sola lucha de liberación nacional que no haya considerado al colono ocupante y funcionario civil connivente como parte de la estructura de agresión. Máxime cuando la estructura colonial es parte bélica activa de la estructura militar, como demuestran cientos de cisjordanos asesinados por el colonato, como parte de una macabra ceremonia diaria de tiro al blanco, del tiro a la cabeza del adolescente, allá, donde no está Hamás.

El horror permea la historia, como susurraba el mítico coronel desertor Kurtz en ‘Apocalypse Now’. El terror llama terror. La icónica protesta palestina de enfrentar balas y despojos con lemas y piedras (Intifada, 1988-9) no daría resultado. Seiscientos quince asesinados, mayoritariamente niños, contemplaron dicho intento, y el renacimiento de Hamás. El centro israelí B`Tselem (2023) transcribía que desde la primera Intifada (1988-2023) la muerte palestina casi multiplicaba por veinte el muerto israelí. Casi todos civiles, la mitad adolescentes.

Gaza es ahora ya no sólo la cárcel más grande al aire libre sino un horno crematorio sobre escombros. Las ya dos decenas de miles de muertos, los ya diez mil niños asesinados, los miles de mutilados, las decenas de periodistas, de sanitarios, de personal humanitario eliminado, y el fósforo blanco y las bombas incendiarias os contemplan ¿A quién? A vosotros. ¿Dónde? En el infierno. No hay coartada.

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