Por
  • José María Vigil

Las luces de Navidad

Luces de Navidad en el paseo de la Independencia en Zaragoza.
Las luces de Navidad
Guillermo Mestre

Asistí el día 1 al encendido de las luces de Navidad en Zaragoza. He estado muchos años fuera del país, y quería ver cómo viven ahora las personas este hecho. Hace mucho tiempo, cuando yo era pequeño, las bombillas de la Navidad dibujaban motivos literalmente navideños: la Virgen, san José, la mula y el buey, los angelitos... y, en medio, el niño Jesús. Todo giraba en torno suyo. En aquel tiempo, incluir cualquier figura o motivo que no fuera religioso hubiera sonado a despropósito.

Durante más de 25 años he estado yendo cada Navidad, a São Félix do Araguaia, en el Mato Grosso brasileño, "en el corazón geográfico de Brasil". Para llegar allá, desde São Paulo, tenía que recorrer casi dos mil kilómetros de carretera, todo un día, con su noche, dejándome empapar de una incesante sucesión de imágenes típicas brasileñas: calles, casas, anuncios, vallas publicitarias, luces navideñas... desde la ventanilla del autobús.

Recuerdo que, los primeros años, las figuras de las luces navideñas eran, casi indefectiblemente, las de Belén. Era todavía el siglo XX, y esto sucedía en el país católico más grande del mundo. Pero era una tradición a punto de cambiar.

Durante más de diez años fui testigo de la lenta pero inexorable evolución. Una figura imponente apareció en esas vallas: Papá Noel. Se convirtió en compañía obligada del Niño Jesús. Y con Papá Noel, o Santa Claus, o simplemente Santa, venía todo su séquito navideño: ciervos, renos, trineos, abetos o pinos...

Ya entrados en el siglo XXI, el predominio de Santa Claus comenzó a hacerse aplastante. En poco tiempo, Santa Claus y su séquito pasaron a ser consideradas las únicas imágenes ‘políticamente correctas’. Las del belén ya no quedaban bien en una sociedad en plena secularización.

Hoy día, en tantas ciudades, se puede dar ya por descontado que sólo excepcionalmente aparecerán símbolos navideños de Belén. Santa Claus (creado como símbolo publicitario de la Coca Cola), llegó finalmente a opacar toda la imaginería navideña tradicional y a desterrar al Niño Jesús. "Papá Noel se robó el Niño Jesús", tituló Casaldáliga un poema navideño de aquellos años.

Pero tuve que venir a Madrid una de aquellas navidades, y quedé asombrado: las luces navideñas daban un paso más. Ahora los adornos comenzaban a ser sólo de figuras abstractas, principalmente geométricas, como un benévolo test de Rorschach de interpretación siempre libre y sanadora.

El Niño Jesús se ha ido, de puntillas, por la puerta de atrás. Esta sociedad secularizada cada vez gusta menos de la exhibición de signos religiosos en los espacios públicos. De hecho, en estos mismos días, la Unión Europea acaba de aprobar que en determinados ámbitos las empresas puedan exigir a los empleados prescindir de todo signo religioso, para propiciar la neutralidad de la sociedad.

Antaño, las luces de Navidad dibujaban exclusivamente imágenes religiosas. Hoy, una sociedad plural asume e integra los ritos navideños con imágenes abstractas

En resumen: no es una moda pasajera, o sólo propia de algún lugar o sector poblacional; y no ha sido sin querer, ni se nos ha ido de las manos: es más bien un criterio firme, bien pensado y repensado, y que se va asumiendo y regulando como ley o costumbre transnacional: el Niño Jesús ha hecho mutis por el foro, y una modernidad tolerante y pluralista se ha hecho cargo de la Navidad social.

Qué sensación tan especial el ir por la calle arropado por esa multitud que se siente convocada por la Navidad, la Antigua Navidad, la de nuestra infancia y la de los belenes, interiorizada ahora sin sobresaltos en una sociabilidad pluralista, con tolerancia para todos los credos, teístas y posteístas. Quiero creer que esta Navidad, desetiquetada con paz, sin chauvinismos ni reclamos, con tolerancia y talante festivo ciudadano, es la Nueva Navidad, la propia de la actual sociedad secularizada. Demasiado tiempo hemos estado (el cristianismo) rigiendo sociedades desde el poder y la imposición; bendita sea también la hora en que nos toca desnudarnos de poder, de buena gana, y no apelar a otro que el de la buena ciudadanía.

Creo que el actual ‘encendido’ en nuestras ciudades de estas luces de la Navidad de cuño nuevo, es un ‘sacramental laico’, un acto de la nueva liturgia desacralizada y ecuménica de nuestra sociedad secular plural. Yo he captado el mensaje, y lo acojo humildemente en mi corazón. Bien, por esta nueva liturgia laica y popular. 

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