En el entretenido manual de François de Callières (1645-1717) ‘Negociando con príncipes’, el diplomático francés que sirvió en la corte de Luis XIV señala que "ese gran hombre que fue el duque de Rohan dijo alguna vez que los príncipes mandan a los pueblos, y que los intereses mandan a los príncipes. A esta aseveración bien se podría añadir que las pasiones de los príncipes, así como las de sus ministros, mandan a menudo sobre sus propios intereses. Se ha dado el caso de muchos que han aceptado compromisos muy perjudiciales para su Estado y para sí mismos (lo que no debería sorprender sobremanera ya que incontables son las naciones que han cometido igual error) solo por satisfacer su propio odio, su propia venganza, su propia envidia, pasiones estas que se destacan en ser las que más se oponen a intereses verdaderos".

No resulta difícil descubrir que entre las muchas pasiones que mandan sobre los intereses del presidente Pedro Sánchez destaca su deseo de permanencia en el poder y que sus renuncias han terminado por apoderarse de su propio destino. La autoridad concedida a los independentismos, su protagonismo en la agenda política nacional, confirma una desviación que se añade a un preocupante desequilibrio entre los poderes del Estado, con una especial afectación sobre el judicial que ha terminado por saltar hasta Europa. La política nacional se ha incorporado a la política europea ofreciendo un doble, e igualmente relevante, escenario al que atender.

Pese a no ser un fenómeno exclusivo de España –la UE observa con atención a todos y cada uno de sus miembros–, Moncloa sí tiene clara la necesidad de contrarrestar ante las instituciones europeas la reacción doméstica de sus cesiones. Desde el fallido viaje del ministro Félix Bolaños, en el que aseguró que la Comisión Europea tenía "cero preocupación" por la ley de amnistía, hasta el esfuerzo diplomático para la elección de Nadia Calviño como presidenta del BEI, Sánchez, fotografiado esta semana en el parlamento de Estrasburgo escuchando a Puigdemont (una imagen que anticipa el encuentro anunciado por Junts), quiere que sus movimientos cuenten con el aval europeo. El presidente, que en su estrategia mediática suma fotografía tras fotografía creyendo que así supera una nueva línea roja, apuesta por recuperar el crédito perdido antes de una batalla que se librará en Bruselas.

Después de que el mandatario húngaro Viktor Orbán haya levantado su veto a la adhesión de Ucrania a la UE, que no así a las ayudas económicas que espera Kiev, y que acceda a introducir distintas mejoras que garanticen la independencia judicial, Sánchez sabe que no puede arriesgarse a quedar atrapado en un enredo parecido. Bajo este análisis se explicaría, al menos parcialmente, su actual intento por acelerar la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). El Ejecutivo socialista tiene asumido que lograr un acuerdo con el PP en este asunto evitaría el desgaste que implica que hasta Bruselas lleguen declaraciones como las pronunciadas este mismo viernes por el presidente del CGPJ, Vicente Guilarte, en las que solicitaba que, "por favor, rebajen la tensión. Déjennos en paz".

Sánchez, que tal y como se ha visto con el pacto que dará la alcaldía de Pamplona a Bildu, acumula demasiadas deudas con el independentismo a las que debe dar salida, parece que ha buscado concentrar todas sus renuncias, también el desgaste que llevan aparejado, en este tramo final del año. La idea de ‘normalizar’ la vida política nacional para encarar las elecciones europeas bajo otro clima, sabiendo de la importancia que tiene para el PSOE esta cita con las urnas al celebrarse bajo el criterio de una circunscripción única, es una necesidad con sello de urgente.

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