Sin manos
Sin manos
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Vino mi hermana unos días a Madrid porque la gente ya se casa por toda España y un poco más allá, en fincas. Así que la acogimos en casa, en una ciudad que por cuatro años también fue suya, y aprovechamos para pasear por el barrio antes de que las luces de Navidad inundaran el centro: de luz, turistas, selfies y, en definitiva, de esa extraña tensión que aportan las luces navideñas a la calle por aquello de "quítate, que me sales de fondo en la foto". 

Cualquier año, siempre en favor de la paz social y habida cuenta de que la foto-smartphone no se va a reducir, se debería publicar un bando municipal por el que los ciudadanos que no se fotografíen, repten en lugar de andar por las zonas más concurridas, evitando así el fastidio de un desconocido al fondo.

Días después, cuando Madrid encendió las luces de Navidad excesivamente pronto (el zaragozano 1 de diciembre es mucho más sensato que un 23 de noviembre), en la mismísima Puerta del Sol, a los pies de un imponente árbol dorado, dos bandas se liaron a machetazos. Ahí pensé yo de nuevo en cómo estas fechas nos ponen a todos los sentimientos a flor de piel, en este eterno debate entre si las Navidades son una oportunidad o una trampa. A mí, que ya entré hace años en esa etapa de la vida en la que se te muere gente que, como dice Carmina Barrios, "no se había muerto nunca", sí me parecen una oportunidad. En concreto, de estar. A veces, la expectativa más importante en las cosas que importan es el simple acto de acomodarte en una silla a cenar rodeado de los que permanecemos, estamos, y recordar en conversación o para uno mismo a los que nos acompañan únicamente desde nuestra deformada y acomodaticia memoria.

De eso estábamos ‘hablando’ sin saberlo en mi casa de Madrid cuando a mi hermana se le ocurrió decir que había leído que un síntoma de buena salud es poder levantarte del suelo sin usar manos ni brazos. Así que allí estábamos, adultos, tirados por el suelo, luchando por levantarnos. Yo necesité una mano que me levantara; y ella, embarazada ya de cinco meses, se empeñó en que podía hasta que tuvimos que ayudarla. Y eso, antes de las luces de Navidad y sin selfies, también es una cena de Nochebuena: ayudarnos cuando desafía la salud, auparnos para vencer el peso, la alegría, la pena, que siempre trae el futuro

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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