Cambios
Cambios
M. STUDIO/IA

Este fin de año nos está trayendo muchas novedades al mundo universitario e investigador. A nivel nacional se reagrupan las competencias de universidad e investigación en el mismo ministerio. En Aragón tenemos nueva consejería y de color político diferente. 

A la vez, está naciendo el debate de cómo debe ser evaluado el trabajo de los investigadores, que es nuestra forma de progreso profesional. No sé si es para estar de enhorabuena, pero sí para reflexionar.

A los cambios políticos y de criterio debemos acostumbrarnos. La mayoría de la financiación que obtenemos los organismos públicos de investigación es pública, valga la redundancia, por lo que deben ser los responsables políticos los que tomen las decisiones sobre qué y en qué cuantía. Abogar por un sistema pretendidamente objetivo no es para mí la solución, ya que se acerca a un modelo tecnocrático no exento de sesgos y, muchas veces, sin posibilidad de exigir responsabilidades y sin ninguna garantía de eficacia. Al menos ahora sabemos quiénes son los ministros y consejeros. Pero es el tercer cambio del que me interesa hablar hoy.

El trabajo de los científicos e investigadores suele evaluarse en función de
los artículos que consiguen publicar en revistas especializadas de prestigio 

El cambio de criterio, mejor dicho, la ampliación de méritos valorables por la agencia de evaluación, llamada Aneca, es algo muy necesario. Hasta ahora hemos vivido en un sistema que, casi en exclusiva, estimaba los artículos de investigación en determinadas revistas como el único merecimiento, teniendo otras actividades una valoración ínfima comparada con la anterior. El trabajo de los universitarios es mucho más complejo que escribir artículos de investigación como para que esta sea la única ocupación considerada. Las editoriales de las citadas publicaciones se han autoasignado un rol de juez sobre la calidad de nuestra profesión y han contribuido a generar un divismo que no siempre coincide con la realidad. El sistema está perfectamente definido y, para progresar, no se puede hacer otra cosa que integrarse en él. Y, por supuesto, no poner en duda su utilidad para la sociedad que sufraga los gastos. El círculo que en teoría es virtuoso, la investigación se somete a juicio público antes de ser difundida, acaba siendo vicioso porque lo que interesa realmente es que aparezca en determinados medios y con la aprobación de unos pocos. Como los investigadores denominamos ‘papers’ a los artículos de investigación parece que estábamos cayendo en algo similar a un ‘paperfare’.

Pero como el tiempo corre que es una barbaridad, en estos años empiezan a aparecer casos, creo que no muchos pero sí significativos, de que esta fiebre publicadora ha roto los límites éticos de personas e instituciones. Se ha señalado a investigadores a los que se les han retirado publicaciones; a otros que, aunque lo afirmaban, no colaboraban con entidades para aumentar la influencia de ambos, evidentemente a cambio de un estipendio monetario. Últimamente hemos leído que al menos una universidad de Arabia Saudí ha estado llevando a cabo estas prácticas para mejorar su posicionamiento en los rankings internacionales de valoración de instituciones académicas, con el fin de aumentar su capacidad de atracción, su ‘science appeal’. Escucharemos que estas prácticas han sido detectadas y reparadas a tiempo, por lo que podemos afirmar que el sistema goza de buena salud. Pero mi pregunta es, ¿estamos seguros? No, creo que no. Me temo que nuestro sistema evaluador, y por ende de organización del trabajo, está cayendo no solo en el ‘paperfare’ sino también en un auténtico ‘papergate’.

Pero este método no es necesariamente justo ni infalible

El caso de que un país como Arabia Saudí hubiera logrado tener en pocos años universidades de reconocimiento mundial ya era indicativo de algo. No hay que olvidar que las autoridades de ese país lo han hecho, o permitido, para ganar tiempo en la obtención de conocimiento, pero han necesitado a cooperadores bien pagados fuera de sus fronteras. Si quieren saber si este riesgo existe solo les daré dos datos. La mayor empresa química saudí facturó el año 2022 casi 53.000 millones de dólares y la mayor petrolera más de 500.000 millones. Y hay otros muchos países en los que los recursos financieros no faltan. A buen entendedor…

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Ana Isabel Elduque)

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