Utopías en Tierra Santa

Emoticonos dibujados en unas cadenas en un tanque en Gaza.
Emoticonos dibujados en unas cadenas en un tanque en Gaza.
Amir Cohen / Reuters

Desde múltiples instancias se repite, a veces -pero no siempre- con la mejor voluntad, que la solución para el conflicto palestino-israelí será la convivencia pacífica de dos Estados, uno judío y otro árabe. Esa es la idea que proponía también, el pasado miércoles, el escritor Adolfo García Ortega en ‘Guerra en Gaza: dos perspectivas’. Si bien advertía de que «aunque esta es la política que hay que alentar, ahora se está muy lejos de eso, dada la desconfianza, el rencor y el odio mutuos». Y de su artículo se deducía asimismo que con el Gobierno de Netanyahu en Tel Aviv, o con uno similar, la creación del Estado palestino será poco menos que imposible. Ciertamente, aunque en algún momento Netanyahu se pronunció a favor del Estado palestino, en los últimos años ha hecho casi todo lo que cabe hacer para impedir su nacimiento. A la vista de la historia y de lo que sucede en este momento, una patria palestina con soberanía real, que no fuera un mero Estado de papel, parece casi una utopía. Y si un día nace, que quiera y pueda convivir en paz con el vecino israelí tampoco estaría ni mucho menos asegurado. Puestos a pensar utopías para aquella tierra que muchos consideran santa, quizás sería un mejor ideal imaginar no dos Estados, sino uno solo, pero que acogiese como ciudadanos iguales en derechos y deberes, bajo instituciones democráticas, a todos los que allí viven, fueran árabes o hebreos, musulmanes, cristianos o judíos, con una lengua materna o con otra, nietos de quienes emigraron desde Europa huyendo de la persecución o de quienes estaban ya arraigados en tiempos del imperio turco. ¿Una utopía? Sí, ya lo he dicho. Pero tal vez no mucho más imposible que la del mantra eterno de los dos Estados.

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