Por
  • Juan Domínguez Lasierra

La de las altas torres

Imagen de las torres del Pilar de 1961 cuando se inauguraron las dos que miran al Ebro.
Imagen de las torres del Pilar de 1961 cuando se inauguraron las dos que miran al Ebro.
Heraldo.es

Mi amigo Manolo me presenta a Conchita Baselga Valenzuela. Con semejantes apellidos no queda más remedio que pensar que estamos ante una representante de las familias con más prosapia de la ciudad. Y lo estamos. Porque el pedigrí de Conchita es de rango superior, no solo por sus dos apellidos oficiales, sino por los 16 o 17 que son obligatorios para ser considerado sujeto aristocrático. 

Aunque ella no pudo ingresar en la Real Maestranza zaragozana porque su primer apellido, sólo su primer apellido, era, ¡ay!, plebeyo. ¡Qué cosas! Esto lo he sabido hablando con ella, en una larga e interesante conversación que mantuvimos hace unos días en una cafetería zaragozana de la plaza de los Hermanos Argensola.

Se preguntarán si hubo algún motivo particular para que mi amigo Manolo me presentara a Conchita y sí que lo hubo. Porque Conchita es una descendiente más o menos directa de doña Leonor Sala, viuda de Urzáiz, que, junto a su marido, pagaron las dos últimas torres del Pilar. Y yo llevo mucho tiempo interesado en la figura de la egregia dama, así que me interesaba hablar con Conchita para ver de obtener nuevas informaciones. Y alguna cosilla novedosa salió de la conversación, aunque mucho menos de lo que yo hubiera deseado. Salieron también otras cosas del paisanaje egregio zaragozano de hace un montón de años, como por ejemplo que un abuelo de Conchita, Santiago Baselga Aladrén, fue uno de los factótum de las minas de Utrillas y que tuvo uno de los primeros, si no el primero, de los coches a motor que circularon por Zaragoza. También hablamos mucho de Paco Urzáiz, el esposo sevillano de nuestra doña, y de la Torre Nueva, de cuyo derribo fue responsable, siendo alcalde de la ciudad, precisamente el padre de doña Leonor. Elucubramos, claro, que la decisión de la egregia dama de levantar las torres pilaristas tal vez fue una manera de compensar a la ciudad de aquella lamentable decisión paterna.

Una de las cosas que me contó Conchita es que ella hizo un viaje en el mítico coche de caballos con el que doña Leonor recorría las calles de la vieja Zaragoza. Conchita era entonces una niña, y la única sensación que le queda de aquel paseo en la berlina es que su dueña no era demasiado simpática, hecho que luego confirmaría con algunos de sus familiares que conocieron mejor a la señora de las altas torres. Para compensarlo, su esposo, Paco Urzáiz, era un hombre simpatiquísimo, que gozaba de numerosas amistades, sobre todo del mundo de la farándula y del espectro taurino. Recordamos también con Conchita la plaza de toros que la pareja construyó en Movera, y donde entrenaban en privado algunos de los amigos toreros de don Paco. De estas vicisitudes sabrán mucho más que yo alguno de mis veteranos lectores, y ya me gustaría a mí participar de su sabiduría. Aunque me temo que no serán muchos, porque a mis colegas de edad les da últimamente por morirse, y cada vez se va quedando uno más solo. Es lo que tiene la suerte de cumplir años.

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