Antídoto de simpatía

Antídoto de simpatía
Antídoto de simpatía
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En mi columna anterior sostuve que, a fin de evitar la fractura social, "opinemos lo que opinemos, hemos de seguir tratándonos con afecto y confianza". En respuesta, alguien me ha comentado que "en política, el afecto y la confianza son solo voluntarismo inocuo" y que "lo que cuenta es el respeto". 

Estas palabras me recordaron a las de la periodista que protagoniza una serie que estoy viendo, ‘La ciudad secreta’, cuando afirma que "mi tema es la política, no el ser humano".

El caso es que, tras valorar la crítica recibida, sigo convencido de que, según expuso Adam Smith en su ‘Teoría de los sentimientos morales’ (1759), la empatía, que él denominó ‘sympathy’, es el fundamento de la sociedad civilizada. Conforme a ello, incluso en la concepción más individualista y economicista de lo público que emergió en la segunda mitad del siglo XX, el afecto tiene sustantividad política, como la tiene la voluntad de servicio público, por más que haya quien la entienda como un subterfugio del interés personal.

Finalmente, aclaro que mi llamada al afecto vino inicialmente motivada por las agrias desavenencias políticas que están brotando entre familiares y amistades. Hace una semana traté de decir que, cuanto más venenosa se vuelve la disensión ideológica, más falta hace el antídoto del aprecio mutuo. Ahora bien, como pasa en cualesquiera malos tiempos, dicha toxicidad mide la valía de los afectos, y no todos pasan la prueba. El carácter de algunas relaciones no es el que suponíamos. Entonces, sí, el respeto y la tolerancia son la última frontera de la convivencia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Javier Usoz)

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