Los aficionados reciben al Real Zaragoza en La Romareda, escenario del partido contra la SD Huesca
Los aficionados reciben al Real Zaragoza en La Romareda, escenario del partido contra la SD Huesca
Francisco Jiménez

Después de los disturbios a la salida de La Romareda tras el bochornoso partido contra el Huesca, leí en redes sociales una frase muy aplaudida que justificaba la agresividad con la que algunos aficionados se acercaron a increpar a varios jugadores. 

"No nos merecéis", rezaba, justificando que un tío se pueda plantar frente a otro para insultarle porque no está rindiendo en su trabajo. Siempre me ha resultado chocante la agilidad que tenemos los españoles para ir a contarle a otro, generalmente de otro gremio, lo mal que hace su trabajo. Si la mitad de la gente que critica el trabajo de los demás se preocupara por hacer bien el suyo, los datos de productividad de España liderarían la zona euro. En el fútbol esta circunstancia se eleva a la máxima potencia por aquello de la retroalimentación de la grada, de donde sale uno apasionado y herido, y con miles de personas detrás dándose la razón. Una mezcla que cataliza en unas decenas de energúmenos que convierten la más que mentada exigencia de la grada zaragocista en violencia, desangrando una de las pocas certezas que se tienen en el fútbol, como es la calidad o no de una afición. En el caso del Zaragoza, las imágenes de hace unos días suponen una prueba de que el club y sus seguidores tenemos una importante tarea para rechazar actitudes, identificando a esa panda de exaltados que durante no poco tiempo deberían quedar expulsados del estadio.

Lo dijo Zapater en su despedida, creo que más como una reflexión que como una bronca; pidió paciencia, menos gritos, menos cabezas cortadas, y más conocimiento de las terribles particularidades que envuelven a la categoría que nos lleva acogiendo once temporadas. Eso no significa una Romareda acrítica y callada pero sí una afición soberana, exigente, pero que no debe perder el norte de una Segunda que, por el momento, es el triste estado natural del Real Zaragoza.

Los problemas, por norma, tienen soluciones más complejas que correr más o el populismo de pedir más cantera; pero además tienen la facilidad de amplificar las críticas e insultos. Ser más zaragocista no es gritar más ni cabrearse más; es acompañar y, en la peor situación, llegar a demostrar que la calidad de un equipo así está por encima de los que puedan venir a parasitar un escudo que siempre suda la misma grada.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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