Nostalgia del Edén

En Tierra Santa hoy se vive de nuevo el horror de la violencia.
Tierra Santa espera recuperar la paz y la hermandad.
Efe

Hace un año ya. Volvíamos de Ben Gurión a Barajas con el alma llena de emociones, la mente y la mirada con imágenes que no se borran nunca. 

Los huérfanos de las Hijas de la Caridad; la bajada a la Gruta de Belén; el guardia subiendo al autobús con un fusil en el ‘checkpoint’; los dueños de los bares echándonos a un lado en plena Vía Dolorosa; momentos íntimos de grupo en Las Bienaventuranzas o en Getsemaní.

Parece que fue ayer y han pasado semanas, meses, acontecimientos familiares, culturales, políticos. Los obreros árabes y cristianos salían a escondidas a territorio israelí, de la aurora al crepúsculo. Tiendas de figuritas navideñas en Belén y Nazaret, único sustento, e iluminación en calles y comercios convivían con los gatitos, el gallo callejero y la miseria aquí y allá. Salíamos de la Natividad cantando villancicos, y en la mezquita vecina el toque del almuédano electrónico llamando a la oración. Creí que se había cumplido el sueño de Dios: todos hermanos. ¿Estáis bien?, nos ‘whatsearon’ nuestros familiares. Se había producido un atentado mientras celebrábamos en el Gólgota.

Manjares culinarios en Casa Nova, de los franciscanos; mango en los campos, zumo de granada en los puestos junto a la iglesia de la Gruta de la Leche. Jericó, el pueblo habitado más antiguo de la humanidad -no vimos el sicómoro de Zaqueo-. Cafarnaún, la ciudad de Jesús, de la que no quedó piedra sobre piedra, y la casa-iglesia de Pedro. El mar de Galilea, su belleza sin nombre al cruzarlo en la barca, su profunda paz.

La Transfiguración, próxima al desierto de las tentaciones, premonición del drama. Al otro lado del Jordán, vallas y milicianos. Ahí el Monte Tabor; allá los Altos de Golán. Ein Karem, o casa de Isabel, los signos del martirio (el fresco con la matanza de los inocentes, Juan Bautista). Santa Ana y la piscina de Betesda, donde lavaban a los corderos para el sacrificio. Todo tiene su cara y su cruz.

Nos escribía Ana Palacios, presidenta de la Hospitalidad Jesús de Nazaret: «Tengo la viva imagen de aquellos días, abriendo una a una las puertas de las habitaciones de los edificios cerrados, imagen de las ilusiones que teníamos; estábamos abriendo al mundo las Puerta de la Tierra Santa, de la Ciudad de la Paz que la guerra había mantenido cerradas tanto tiempo». Hoy, Cristo Rey, es tiempo de dolor y de ordalía, pero volveremos al Edén.

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