Preocupación y tristeza

Aragoneses en la protesta de Madrid contra la amnistía
Manifestación en Madrid contra la amnistía
E. Cidoncha

He dejado pasar estos últimos días sin escribir comentarios políticos en espera de ver cómo evolucionaban y terminaban los acontecimientos que se estaban produciendo en el ámbito de la presentación de la llamada ley de amnistía y de la investidura del presidente del gobierno.

Y aunque los pronósticos parecían estar suficientemente claros en las covachuelas del poder sobre lo que era previsible que ocurriera, no cabe duda de que había un grado notable de incertidumbre, debido especialmente, aunque no únicamente, a las veleidades de Carles Puigdemont y a las exigencias y caprichos a que iba a someter al candidato y a los límites que éste estuviera dispuesto a soportar. También estaba por ver la reacción de Sánchez ante la marejada de pronunciamientos y declaraciones de cualificados profesionales del derecho, estamentos y colectivos varios de indudable relevancia social y las manifestaciones que han poblado las calles del país de cientos de miles de españoles disconformes con lo que estaba sucediendo.

Y tras la reciente investidura, inobjetable desde la estricta aritmética parlamentaria, y la presentación en el registro del Congreso de los Diputados de la proposición, que no proyecto, de la ley de amnistía –con independencia del rimbombante y estrambótico nombre que le hayan puesto– está uno ya en condiciones de expresar pensamientos y sentimientos y sacar sus conclusiones.

Los acontecimientos políticos de los últimos días, con los pactos entre el PSOE
y los separatistas y la presentación de una proposición de ley de amnistía para el ‘procés’, producen una grave preocupación y una gran tristeza

En dos palabras los y las resumiría yo: preocupación y tristeza. Preocupación, por la deriva que pueda emprenderse en esta legislatura, que se intuye inestable y sujeta a las exigencias de unas minorías que si bien merecen todos los respetos no debieran constituir una fuerza tan enorme como para condicionar la marcha de la nación, habida cuenta no sólo de lo exiguo de sus votos sino también del tono altisonante y agresivo de sus voceros; pues parece evidente que no va a ser posible acceder a todo cuanto pretenden sin producir quiebras y enfrentamientos en el ámbito del Estado al producirse los desequilibrios territoriales que parecen acechar.

Y tristeza. Sí, una gran tristeza por ver cómo España parece dividirse haciendo una vez más posible el pensamiento machadiano del españolito que viene al mundo y ha de esperar que una de las dos Españas le hiele el corazón. Que le guarde Dios, sí, pero, como en la historieta de aquél que cae despeñado por un barranco y confía en que lo recoja la misericordia divina, cabe preguntarse si hay alguien más ahí. Aunque a pesar de mi tristeza quiero pensar que la España de ahora no ha perdido del todo los valores que pusimos en marcha colectivamente en los años de la Transición, y eso será a lo mejor lo que nos permita transitar con cordura por los tiempos que se avecinan.

Quizá debamos volver a cantar todos con Jarcha aquello de ‘Libertad sin ira’. Entonces las dos Españas cantaban al unísono, y durante algún tiempo pudimos sacudirnos la preocupación y la tristeza. Poco ha durado tanta felicidad.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis de Arce)

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