Por
  • Carmen Herrando

Bernanos

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Balmes

Puede que muy pocos lectores recuerden al escritor francés Georges Bernanos (1888-1948); aun así, vale la pena dedicar unos instantes al autor de ‘Diario de un cura rural’, novela escrita, por cierto, en España (Mallorca) y llevada al cine en 1951 por Robert Bresson.

Al mencionar a Bernanos, a la memoria de quienes lo recuerden es posible que acudan escenas inolvidables de su obra ‘Diálogo de carmelitas’: el dramatismo de la escena de la muerte de la priora o la subida al cadalso de las carmelitas de Compiègne entonando el Veni Creator. Las monjas fueron condenadas por la Revolución.

Georges Bernanos buscó refundar un orden espiritual cimentado en la fuerza interior del ser humano

Bernanos fue un católico y un monárquico convencido. Y, aunque pueda dar la impresión de lo contrario, era un hombre totalmente desinstalado en la vida, alguien que sentía horror ante cualquier signo de aburguesamiento. Estudió Derecho y Letras, trabajó como agente de seguros y luego se hizo escritor: escribir era para él una verdadera aventura espiritual, lo mismo que la lectura de sus obras para sus lectores. Tras el éxito de ‘Bajo el sol de Satán’ (1926), inició una vida errante en la que implicó a su familia: su mujer y sus seis hijos, a veces los padres y los suegros, y hasta sus perros y gatos. Escribía en los cafés porque necesitaba el barullo de lo cotidiano. Entre 1934 y 1938, vivió en Mallorca, no como corresponsal de periódico, como suele decirse, sino sencillamente porque en la isla se podía pasar con poco. Allí asistió al estallido de la guerra civil: su hijo Yves se alistó en la Falange y a él le ilusionó esta causa. Bastaron, sin embargo, unos meses para que quedase espantado ante lo que vio, y regresó a Francia, en donde escribió ‘Los grandes cementerios bajo la luna’, obra colmada de denuncias y pensares hondos sobre su experiencia en Mallorca y la condición humana en general. En 1938, nada más publicarse el libro, una joven Simone Weil lo leyó y escribió enseguida al autor contándole sus vivencias en el frente de Aragón –en Pina de Ebro– y después en Barcelona. Le decía que, a pesar de las diferencias ideológicas que les separaban, él le resultaba más cercano que muchos de aquellos compañeros suyos que habían ido "a darse una vuelta por España".

Bernanos no abandonó nunca la vida nómada: cambió de casa en incontables ocasiones. En 1938 se embarcó rumbo al Brasil, en donde continuó viviendo precariamente, siempre escaso de dinero. Stefan Zweig visitó al escritor francés en la Croix-des-âmes –nombre que dio a su casa de Barbacena–, una finca en la que trabajaba toda la familia criando ganado. En una de sus últimas cartas, el escritor austriaco dejó escrito cuánto le impresionó la pobreza en la que vivían Bernanos y los suyos. Bernanos acogió a Zweig con gran amabilidad, y cuenta que vio en él a un hombre que "se estaba muriendo". Y así fue, efectivamente: el escritor francés no pudo impedir que Zweig y su mujer se quitaran la vida pocos días después, desesperados ante la situación de Europa y añorando el ya acabado "mundo de ayer".

Clamaba contra la desnaturalización de las palabras que provoca la mentira. Nuestro presente se está tornando casi tan difícil como el suyo

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Bernanos volvió a Francia. Llevó a cabo una intensa actividad periodística y dio muchas conferencias. Pero ya no soportaba vivir en Europa; en 1947 volvió a mudarse, esta vez a Túnez. Murió en Francia unos meses después, en Neuilly, el 5 de julio de 1948.

Bernanos buscó refundar un orden espiritual cimentado en la fuerza interior del ser humano. Clamaba por la redención del lenguaje, urgente, entonces como hoy, debido a la desnaturalización de las palabras que perpetra la mentira. Fue pesimista y apocalíptico en tiempos extremadamente duros. Sus contemporáneos toleraban mal la claridad de su mensaje: verdad desnuda, sin veladuras. Nuestro presente, que se está tornando casi tan difícil como el suyo, todavía aguanta menos la autenticidad y se vende sin ningún pudor al embuste en tiempos en que la tecnología, criticada y denostada por Bernanos, incrementa el desarraigo y descompone el centro de las personas. Georges Bernanos sigue siendo un referente cultural y espiritual, aunque sea un escritor de aquel "mundo de ayer" sobre el que escribió Zweig. Voces como las suyas son necesarias hoy más que nunca.

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