Una bandera

Pedro Sánchez con la bandera de España de fondo.
Pedro Sánchez con la bandera de España de fondo.
Reuters

La semana pasada salí a comprar un bote de colutorio bucal a una conocida cadena de tiendas de cosmética que tiene una de sus sedes en la Gran Vía de Madrid, a unos diez minutos andando de mi casa. 

Tuve que hacerlo con cierta precaución pues manifestantes a priori en defensa de España y de los españoles andaban cortando con agresividad el centro de la ciudad para protestar por la amnistía pactada por el PSOE para lograr los apoyos parlamentarios de un Pedro Sánchez presidente. Es una paradoja que un español tenga que salir con cuidado a la calle porque hay manifestantes por los españoles y por España. Sin embargo, lo visto estos días, sobre todo en las calles de la capital, obedece a una cuestión importante y que desafía a la idea de la unidad nacional por encima quizá de callos ‘Puigdemonistas’ y similares. Se trata, ni más ni menos, de la idea de España, una cuestión mucho más compleja que la identificación simple del separatista como enemigo, pues nos somete a reflexionar desde la raíz sobre qué modelo de país queremos.

La apropiación política y casi pop de la bandera de España por parte de la derecha desde la Transición tuvo leves intentos por parte de la izquierda para convencer de que esa bandera era, al menos, de todos. Podemos la ondeó en 2016 con un ‘Pueblo’ impreso; Sánchez la usó de fondo en un mitin ese mismo año; y Errejón la puso en su cartelería electoral de 2019. Sin embargo, el esfuerzo retórico, la imagen icónica, no caló en unas izquierdas donde partidos y votantes siguen distraídos por hacer de la bandera no una idea reduccionista del país que pretenden sino un símbolo de la arrebatada convivencia.

Así, el retrato amplificado de estos días de los defensores de España se queda en una fotografía poco apetecible para los que creemos en un país tolerante, con capacidad de diálogo, pacífico en las formas pero decidido en la defensa de una Constitución que, cuidado, no debe abandonar por inmovilismo a la sociedad que legisla. Los insultos, las grises nostalgias, la ‘España gónada’, son un golpe certero a una necesidad imperante si se pretenden encarar las grietas del Estado: trabajar por una idea de país que ondee sin sarpullidos por una mayoría social donde residan varias Españas con el denominador común del respeto a la democracia parlamentaria.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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