Hacia una confederación atípica

Hacia una confederación atípica
Hacia una confederación atípica
Heraldo

España fue un Estado unitario atípico. Durante los últimos cuarenta años, ha sido una federación atípica. Tras el acuerdo de investidura con los independentistas catalanes, puede llegar a convertirse en una especie de confederación. Por supuesto, atípica.

La España unitaria fue atípica en que nunca llegó a conformarse como un espacio jurídico único. En la etapa preconstitucional, solo tres cuartas de la población se regían por el Derecho Civil común, dos provincias (Álava y Navarra) gozaban de autonomía fiscal y otras dos (las canarias), de un régimen económico y fiscal propio. En aquellos años, el régimen (claramente unitarista) hablaba de "la unidad de los hombres y las tierras de España", dando a entender con ello que nuestro país era un ente complejo, formado por ciudadanos, pero también por territorios.

Tras la Constitución de 1978, España se reinventó en forma de ‘Estado de las autonomías’, una especie de federación atípica. Y es atípica porque, frente a lo que suele ser normal en los estados federales, en nuestro país nunca ha habido una división clara de competencias entre el poder central y las regiones, el principio de ‘lealtad federal’ no siempre se respeta y la ‘coerción federal’ carece en la práctica de instrumentos suficientes para ser efectiva. La continua improvisación y la falta de un modelo claro han hecho que el Estado de las autonomías acabe degenerando en una especie de seudofederalismo a la carta, complicado de gestionar, caro de mantener e incapaz de garantizar la igualdad entre sus ciudadanos.

Con los acuerdos entre el presidente Sánchez y los independentistas, España abandona la gran familia de las federaciones y empieza a evolucionar hacia un modelo confederal. La Real Academia Española define confederación como una "unión o alianza entre Estados que conservan su soberanía (…) para gestionar la defensa, las relaciones exteriores y otros intereses comunes", y el punto clave en esta definición es el que hace referencia a la soberanía originaria de las partes constituyentes. Esa era la base del plan Ibarretxe (2003) y es lo que se esconde detrás de la ‘bilateralidad’, sobre la que nacionalistas catalanes y vascos llevan años insistiendo.

El pacto entre el PSOE y Junts y la presión de los nacionalismos periféricos apuntan a la conversión del Estado de las autonomías en una especie de confederación

Evidentemente, nuestra futura confederación, si llega a constituirse, será atípica. Y lo será, sobre todo, por el mismo motivo que hace del Estado de las autonomías una federación atípica: por su estructura claramente asimétrica. Por poner un ejemplo, la red ferroviaria de Cataluña será solo catalana, mientras que el resto de la red pertenecerá a todos los españoles, catalanes incluidos. Evidentemente, los gastos que ocasione el mantenimiento y desarrollo de los ferrocarriles catalanes serán cubiertos por los contribuyentes de aquella región, excepto cuando sus recursos resulten insuficientes o sus gobernantes prefieran aplicarlos a otras necesidades, en cuyo caso el gobierno central acudirá al rescate. Con el dinero de todos. Y será así porque el Gobierno de España seguirá siendo elegido por un Congreso en el que uno de cada siete diputados representará a Cataluña, aunque, de hecho, ese gobierno solo tenga competencias plenas en las regiones ‘de régimen común’. Inevitablemente, el sistema se convertirá en un mecanismo para transferir recursos de unas regiones a otras, para aprobar políticas que perjudiquen a unos territorios en beneficio de otros.

Cualquier fórmula que se idee para regular la futura convivencia entre los españoles tendría que eliminar el ‘pecado original’ de la desigualdad, en lugar de hacerlo más grave. Ya sea España un Estado unitario (algo que casi podemos descartar), un Estado federal o una confederación, debería tener una estructura estrictamente simétrica, con idénticas competencias para todas las comunidades que lo forman, con idénticos derechos para todos sus ciudadanos. Y con unas reglas del juego que hagan que que el dinero que las autoridades regionales necesiten se lo pidan a sus ciudadanos, no a un gobierno central que dependa de sus votos.

Es humano querer hacer de la necesidad virtud. Convencerse, e intentar convencernos, de que la futura y atípica ‘confederación hispánica’ resolverá nuestros problemas y carecerá de efectos secundarios negativos. Y ello a pesar de que la experiencia histórica sugiere que las confederaciones son inestables, por lo que acaban evolucionando hacia verdaderas federaciones o terminan por disolverse. Esto último es lo que ocurrió con la ‘Unión Estatal de Serbia y Montenegro’, el ejemplo más reciente de confederación en suelo europeo, que solo sobrevivió tres años, entre 2003 y 2006. ¿Será diferente nuestro caso, sabremos escribir un nuevo y brillante capítulo en la historia universal de las confederaciones? Ojalá...

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Miguel Palacios)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión