Tendinitis

Tendinitis
Tendinitis
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Ala tendinitis por usar demasiadas horas el teclado y el ratón se la conoce también como tendinitis de De Quervain e incluso existe el debate sobre si es o no una tendinitis: voces reputadas de mi búsqueda superficial en Google la definen también como tenosinovitis. 

Y esto, como tantas veces, deja el dolor propio en una indefinición tremenda, abocado a un agujero negro de búsquedas hacia una certeza que nos calme. ¿Sera crónico, seré yo o será una mala postura? Hay tratamientos, infiltraciones, pruebas diagnósticas, inútiles muñequeras, para solventar el dolor agudo. Y también hay consejos posturales e incluso mobiliarios para no volver a las andadas. "Yo tuve una de hombro y me dolía bastante", me dice mi madre, sentada en el sofá de nuestro cuarto de estar en Casetas. Eran los tiempos en los que salía a pasear con mi abuela Pascuala que, por su edad, se apoyaba en exceso en ella para caminar. Un dolor hacia los años y el cariño, por una debilidad inevitable y unos miedos compartidos. Cada paso, un peso, por unas calles que se asfaltaron con memoria, barro, gorriones y casas bajas mientras vieron cómo mi madre y mi abuela se quisieron, intercambiando quién aguantaba a quién, que es como se construye el amor honesto para que resista.

Los brazos, los tendones, la tensión postural son también una resistente cuerda invisible contra el ataque del tiempo. Amarrarse hasta la indefinición augurando consecuencias físicas para causas inevitables: el amor innegociable por las madres, por los hijos, y el cambio en la proporción de los contrapesos según la vida nos lleva, nos cambia fuerza por sabiduría, nos redefine la estabilidad y nos cronifica los afectos.

Una inmensidad que los hijos ignoramos cuando solo recordamos la escena de tu abuela cogida del brazo de tu madre en las funciones de carnaval del colegio Ricardo Mur, al salir a la fresca en los veranos de la calle San Miguel o atravesando la imponente arboleda de la avenida de la Constitución en los meses de mejor tiempo. Un gesto cotidiano que condensaba la confianza y la dulzura en dos siluetas acostumbradas al cariño silente que no duda, que se entrega por inercia al sufrimiento que sucede de los tiempos felices. Una tendinitis al abrigo de una necesidad que nadie imagina porque el dolor también se añora. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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