Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Entre lápidas y cipreses

Entre lápidas y cipreses
Entre lápidas y cipreses
Pixabay

En vísperas del día de Todos los Santos, pensamos en la muerte. Cada cual a su manera. El premio Nobel húngaro Imre Kertész escribe en sus diarios que de joven la relación con la muerte es melodramática. 

En la madurez, se convierte en un asunto filosófico. Y, finalmente, en la vejez deviene en un asunto de orden práctico que conviene resolver como se resuelven en general las cuestiones burocráticas.

Esta debe ser la explicación de aquella peripecia que contaba Alfred Hitchcock sobre un grupo de actores que se juntaron en un cementerio de Londres junto a la tumba de un compañero. Uno de ellos le preguntó al viejo Charlie Coborn, célebre actor de music-hall:

- ¿Cuántos años tienes?

- Ochenta y nueve

El otro le dijo: "Realmente, Charlie, ¿te merece la pena volver a casa?".

Lo recoge Adolfo Bioy Casares en ‘De jardines ajenos’. Y también deja constancia del mordaz epitafio del comediante W. C. Fields: "A pesar de todo, prefería estar en Filadelfia".

Llega el 1 de noviembre y pensamos en la muerte. Estos días de difuntos nos recuerdan que polvo somos y en polvo nos convertiremos. La muerte nos asusta y la ironía nos protege. Una ironía que se puede encontrar en algunos epitafios como el que se atribuye a Groucho Marx: "Disculpe que no me levante". Pero también cabe la cautela porque quizás la muerte no sea tan temible como lo es la idea de la muerte. Al fin y al cabo, dijo un escéptico, para qué demonios quieres estar vivo si no tienes donde caerte muerto.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Javier Rueda)

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