Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Gobernanza bufa

Gobernanza bufa
Gobernanza bufa
Heraldo

La necesidad de normas jurídicas es inversamente proporcional a la madurez de la sociedad que regulan; exactamente lo contrario de lo que suele creerse. Unos pocos principios aplicados de buena fe y con criterio son más eficaces que leyes y contratos de cientos de páginas. 

Una palabra dada, un apretón de manos han cerrado con eficacia transacciones y negocios de gran envergadura. Pero no estamos en esas, porque uno de esos principios básicos es la confianza (la ‘fides’) y lo hemos sustituido por su némesis: el recelo.

No puedo entender que quienes gobiernan, y quienes pueden razonablemente gobernar, se empeñen en destruir la confianza. Si repasamos el discurso político de los últimos meses ‘mentira’ es una de las ideas que más aparece en los argumentarios. Parecen reproches de patio de guardería. Asumo que en ausencia de réplicas racionales, jurídicas, se opta por la descalificación de la persona, pero dañando la credibilidad del hombre que miente, estamos minando la confianza en el respeto a la palabra dada; debilitando la fuerza del compromiso.

Las fórmulas utilizadas por algunos diputados y senadores, demasiados, a la hora de jurar o prometer cumplir y hacer cumplir la Constitución sirven para eludir un compromiso claro y explícito.

Se ha consolidado y extendido ese estado de infantilización de lo político descrito desde hace décadas (Arendt, Lacan…). ¿En qué consiste? ¿Cuáles son sus expresiones, sus síntomas? Fundamentalmente la huida de la responsabilidad. La práctica política recurre a asesores para que diseñen precisamente estrategias de irresponsabilidad. Un ejemplo que se repite: la bufonada de las promesas de los diputados a Cortes Generales.

El sometimiento de los servidores públicos al cumplimiento de las leyes es una condición regulada desde hace siglos. Se concretaba en un acto de juramento, con una fórmula cerrada y sólo dos respuestas válidas: sí y no. Algo tan sencillo como eficaz: ¿te comprometes? Sí, me comprometo; resuena la fórmula romana (‘spondes, spondeo’) que contiene el concepto raíz de responsabilidad. Si el servidor –incluido el rey– incumplía su compromiso con la ley incurría en responsabilidad y asumía consecuencias temibles. En Aragón el sistema era especialmente riguroso porque teníamos cauces procesales específicos para evaluar el incumplimiento, en forma de recursos ante el Justicia.

El consentimiento es uno de los conceptos centrales del derecho, del Estado de derecho por tanto. Se ha perfilado y ajustado hasta convenir una doctrina que es de aceptación universal. No me imagino la reacción del oficiante de una boda si a la pregunta constitutiva del matrimonio, uno de los contrayentes responde algo del tipo: ‘nada me gustaría más’. La rechazará y exigirá una alternativa sencilla: "Por favor, responda: sí o no. Que el consentimiento sea inequívoco".

Buscan una irresponsabilidad que degrada el Estado de derecho

Los diputados se comprometen a cumplir y hacer cumplir la Constitución, los principios constitucionales, el ordenamiento jurídico, etc. ¿Sí o no? Sin adornos florales, restricciones, reservas, simulaciones ni historias de ese tipo que tienen como objetivo y efecto atenuar el compromiso diluyendo la responsabilidad derivada de un incumplimiento que tienen ya previsto. El compromiso genera responsabilidad, pero sólo el compromiso inequívoco genera responsabilidad. ¡Esta es la cuestión! El Tribunal Constitucional rompió la simplicidad de la pregunta y respuesta binaria; se equivocó. Con todo, impuso unas condiciones de certeza en la expresión del consentimiento que no cumplieron bastantes de los diputados en la sesión del pasado mes de agosto. Ocurrentes, lúdicos, felices como niños, irresponsables… con la connivencia culposa de la maestra. Si me preguntan ¿crees que se han comprometido a respetar la Constitución?, responderé no. Rotundamente. No incurrirán en responsabilidad ni habrá manera de reprocharles el incumplimiento de un compromiso que no ha nacido porque que no lo han formalizado; otra vía para la protección de la Constitución que se desactiva.

En una sociedad fiable, confiada, la aceptación solemne que genera compromiso estaría suficientemente protegida por el principio de respeto a la palabra dada. Puede reforzarse con maldiciones, asumiendo todo tipo de desgracias y, en su caso, la ira divina; pero no haría falta. Si el compromiso se refuerza con la fianza proporcionada por paisajes y ríos supongo que éstos reaccionarán ante el incumplimiento en forma de granizo o riada catastrófica.

Los representantes públicos que actúan de manera infantil, bufa, burlesca son los teloneros de los grandes bufones que ya campan en países que en otra época fueron serios.

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