Tierra Santa

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Los atentados y los secuestros de Hamás, por una parte, y la respuesta de Israel, por otra, han derivado en un cataclismo cuyas consecuencias estamos empezando a contemplar. Una guerra a la que se podrían sumar otros enemigos de Israel, lo que multiplicaría exponencialmente las víctimas, la destrucción y el sufrimiento. 

Hace unos años visité Tierra Santa con una comisión de Cáritas, para conocer los proyectos sociales que se desarrollan con el apoyo de donantes españoles. Hablamos con gentes comprometidas en la búsqueda de la paz y la justicia sobre las condiciones, en bastantes casos dramáticas, de muchos de los habitantes de la región.

"Hay mucho dolor y muchas heridas en Tierra Santa", nos decía en Jerusalén el sociólogo Bernard Sabella, palestino católico. Se ve en el campo de refugiados de Aida, con gentes que llevan allí décadas. O en la ciudad de Hebrón, donde son patentes las heridas de una política de muros y controles que hace imposible una vida normal en el propio recinto urbano. Todo se complica con esos 728 kilómetros de muro que protegen los asentamientos que Israel ha construido en tierras palestinas; o con los 22 ‘check points’ (controles) que suponen unas restricciones asombrosas. Las posibilidades de desarrollo son limitadas y mínimas las condiciones de dignidad y libertad de movimiento.

En uno de los puestos de venta judíos de la ciudad vieja de Jerusalén vi una camiseta que, en inglés, lucía el lema ‘América, estamos aquí’. No hacía falta explicación. Israel es una fortaleza, un baluarte contra la inestabilidad del Próximo Oriente; un freno contra el terrorismo y las milicias que son un peligro no solo para Israel sino para Occidente. Por eso EE. UU. y la UE apoyan al Estado israelí.

Israel tiene derecho a defenderse, pero respetando el derecho internacional y los derechos humanos. Si se busca de verdad la paz, ésta no vendrá ni por los muros, ni por el terrorismo ni por la guerra. Si en algún momento llegan días pacíficos, será por el reconocimiento del derecho de los dos Estados a existir y a disfrutar de seguridad dentro de unas fronteras reconocidas internacionalmente. Siempre que eso se acepte por las partes. Mientras tanto se hacen evidentes las palabras del Papa en 2014, cuando visitó Tierra Santa: "Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento". 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Carlos Sauras)

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