Tercer Milenio

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El Nobel y los egoístas

Santiago Ramón y Cajal, pintado por Joaquín Sorolla.
Santiago Ramón y Cajal, pintado por Joaquín Sorolla.
José Garrido Lapeña/DGA

Tal día como hoy, 25 de octubre, de 1906, Santiago Ramón y Cajal recibía el Premio Nobel de Medicina, que compartió con Camillo Golgi, "en reconocimiento a su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso". Al hilo de este galardón tan importante y que solo otro español, Severo Ochoa, ha conseguido después en el campo investigador, el sabio aragonés hacía una reflexión en el libro que escribió en el otoño de su vida bajo el título ‘Los tónicos de la voluntad’.

En él daba cuenta de "la generosidad de nuestros gobiernos" cuando recibían distinciones de fuera de España. 

Así se refiere a la llegada de la noticia telegráfica que informaba de que el Congreso Internacional Médico de París (1900) le había concedido el Premio Moscú. Según Ramón y Cajal, bastó saberlo para que se pusiera a disposición de su equipo un "espléndido laboratorio".

"La medalla de Helmholz y el premio Nobel, nuevos dones de nuestra buena estrella, obtenidos después (1906), sin contar las altas distinciones recibidas de las principales corporaciones del mundo, nos proporcionaron la satisfacción de pensar que el modesto sacrificio hecho por el Estado español no había sido estéril para la Ciencia". Y concluye con una reflexión: "Sepan, pues, los egoístas que anteponen siempre el galardón al merecimiento que también en nuestra patria, y estoy por decir que mejor que en el extranjero, el cultivo serio de la ciencia constituye razonable negocio".

Lástima que hace más de seis décadas que nadie en España es merecedora de un premio Nobel por su investigación. Aún no hemos entendido que apostar por la ciencia es un negocio redondo.

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