¿Morir o matar?

¿Morir o matar?
¿Morir o matar?
Heraldo

Corren malos tiempos para la paz. Ese ideal descrito en la Carta de Naciones Unidas hace tiempo que quedó en papel mojado. Sin embargo, vuelve a ser necesario recuperar su espíritu y contenido para preservar a las generaciones presentes y venideras "del flagelo de la guerra". 

Quienes firmaron aquel documento el 26 de junio de 1945 en San Francisco querían evitar los "sufrimientos indecibles" que por dos veces habían conocido en sus vidas. No querían repetir el fracaso y el horror. Por eso reafirmaron su "fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas". Enfatizaron la importancia de crear las condiciones necesarias para "promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad". Por eso mismo insistieron en "practicar la tolerancia y convivir en paz como buenos vecinos", también en "unir fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales", en "asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará la fuerza armada sino en servicio del interés común", y por último, en "emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos". Esas loables intenciones se han evaporando un sinfín de ocasiones desde que se propusieron.

El Sipri, Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, constataba en su Informe de 2023 (con datos de 2022) que "el número total de Estados en conflicto armado fue de 56, cinco más que en 2021". De estos, destacaba los de Ucrania, Myanmar y Nigeria como "conflictos graves con 10.000 o más muertes estimadas relacionadas con el conflicto". También consideraba la guerra civil etíope dentro de ese rango. Y recordaba Afganistán y Yemen como conflictos persistentes; además, "África siguió siendo la región con más conflictos armados, aunque en muchos de ellos se produjeron menos de 1.000 muertes relacionadas con el conflicto". No eran ni son los únicos lugares del planeta donde la violencia armada amenaza la vida. No aparecía Palestina como un foco activo, ni el más preocupante. La diplomacia parecía ganar terreno.

La tragedia está en la lógica implícita alimentada por la falta de esperanza y por la imposibilidad de resolver el dilema planteado desde los extremos: morir o matar

Ahora estamos en una nueva escalada. Los crueles atentados de Hamás han activado la respuesta de Israel. Su primer ministro, Netanyahu, declaró la guerra de manera inmediata. Y a partir de ese momento, la sucesión de bombas y bombardeos está abriendo un horizonte terrible. Las muertes de personas inocentes se hacen insoportables. Lo evidente es pedir la paz, el cese de las hostilidades y terminar con la sangría. Eso es fácil de decir, de pensar y de imaginar. Es lo necesario, porque es intolerable e inhumano que mueran aniquiladas en esa esquina de Oriente Próximo más personas, tanto los gazatís atrapados en esa franja de poco más de 360 km2, como los vecinos israelís y de zonas limítrofes. La tragedia está en la lógica implícita alimentada por la falta de esperanza y por la imposibilidad de resolver el dilema planteado desde los extremos: morir o matar.

Hamás es una organización cuyo objetivo, como el de Hizbulá y otros grupos afines, es eliminar Israel, acabar con el pueblo judío y extender su yihad por el mundo. Si consiguen su propósito, el genocidio está garantizado. Mientras su objetivo sea ese, no terminará el conflicto. Mientras la situación se describa en esos términos, no hay nada que hacer. Y como se repite desde distintas posiciones, mientras el odio y el miedo no se transformen en tolerancia y esperanza no habrá solución. Morirán muchas más personas, prisioneras de las circunstancias. Se construirán trincheras, fosos y patíbulos para ajusticiar al enemigo. Así hasta que decidan romper con la falsa disyuntiva.

No obstante, también es conveniente pensar qué tipo de sociedad está en juego. ¿Cómo será el mundo después? Son dos cosmologías antagonistas no intercambiables. Si Hamás, Hizbulá y afines consiguen vencer nos encontraremos con un modelo de sociedad donde no se vive con la misma libertad ni democracia que conocemos. Basta preguntar a la activista iraní y premio Nobel de la Paz, Narges Mohammadi o, si estuviese viva, a Mahsa Amini. Ella nos podría contar la igualdad y tolerancia que practican los ayatolás. No parece que la policía religiosa islámica sea una alternativa por la que apostar.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Chaime Marcuello)

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